Aquella mañana todos queríamos que pasara algo. Pero quizá no tanto
El miércoles 13 de marzo de 2013 EL PAÍS iba a estrenar su edición América. Que el periódico global en español creara una página digital específica para el continente americano ya era una gran noticia. Pero tampoco nos venía mal que coincidiendo con el debut se produjera algún acontecimiento que animara más el tráfico en nuestra web. Siendo sinceros, queríamos que sucediera algo noticioso, pero tampoco demasiado, por ejemplo un seísmo muy alarmante pero sin consecuencias trágicas, para no agravar las complicaciones técnicas que seguro íbamos a sufrir, con la improvisación de alguna cobertura compleja.
La modestia del escenario del lanzamiento no se correspondía con las aspiraciones del proyecto. En la oficina del DF donde se confeccionaría la primera portada y se oprimiría el botón de puesta en marcha, éramos apenas una decena y ocupábamos una esquina, discreta aunque sin duda la más ruidosa, de un edificio dedicado a la edición de libros, la sede de la editorial Santillana. En total, repartidos por el continente, con una delegación en Washington y una corresponsalía en Buenos Aires, no llegábamos a 30 incluyendo una buena red de colaboradores en casi todos los países. Pocos, sí. Entusiastas también.
Nuestro objetivo declarado era “responder a la demanda creciente en todo el continente de información rigurosa, ordenada y de calidad, en el contexto global en el que se desarrolla la actualidad”. Queríamos contarle América a los americanos, pero también el mundo, porque la región, y el mundo entero bien avanzado el siglo XXI, era cada vez menos una realidad aislada. Y Antonio Caño, entonces director de EL PAÍS América y apenas un año después director de todo el periódico, nos había bautizado ya con un mote tintado de optimismo y ambición que evocaba los orígenes humildes de las grandes empresas que estaban cambiando el mundo. “Entonces, ¿Esto es el garaje?” había preguntado a nuestro jefe, el corresponsal Luis Prados, al presentarnos. Sí, un garaje con alma de gran factoría. Ya habría tiempo de demostrarlo.
Pero volvamos a aquella mañana. En realidad era más que probable que sucediera algo, además del lanzamiento de nuestra nueva edición. En el Vaticano 115 cardenales se encontraban reunidos y encerrados bajo llave en la Capilla Sixtina con el encargo de elegir a un nuevo Papa tras la renuncia de Benedicto XVI. El acontecimiento se desarrollaba a exactamente 10.237 kilómetros. Pero la distancia era lo de menos porque se trataba de un evento crucial para América Latina, donde viven casi la mitad de los católicos y donde libran los seguidores de Roma y los evangélicos la guerra fría religiosa más enconada del mundo.
Queríamos contarle América
a los americanos, porque la
región era —cada vez menos—
una realidad aislada
La mañana en Europa había transcurrido con el único sobresalto de una nueva fumata negra en la plaza de San Pedro. Y así, con los nervios del debú y avistando grandes emociones informativas, nos levantamos en el otro continente el día elegido. “¿Alguna novedad novedosa?”, inquiría el mensaje de Luis Prados que recibimos aquella mañana. No, ninguna novedad. Esa novedad y a lo grande nos la reservaba el destino unas horas después para celebrar el estreno.
A las 9.37 de México (la hora ha quedado fijada en la primera portada de la hemeroteca con la hora de Madrid, las 16.37) veía la luz la página. La apertura de la web era, naturalmente, para la intriga en El Vaticano, con sendos despieces con los dos candidatos latinoamericanos al papado con más posibilidades. Aunque luego demostramos otras cualidades periodísticas no resultamos ser buenos como adivinos: nuestros dos favoritos eran el mexicano Norberto Rivera, arzobispo de la capital; y el hondureño Óscar Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa.
La primera portada se completaba con historias de todo el continente. La apertura de la segunda columna se destinaba a un reportaje de Juan Diego Quesada sobre los primeros cien días de Peña Nieto y su fracaso a la hora de frenar la violencia. Eva Saiz, entonces redactora en Washington y luego subdirectora de la edición de papel, firmaba hasta tres informaciones. Mari Luz Peinado aportaba otra sobre el trabajo informal en México. Luis Prados publicaba un análisis sobre el fin de la fiesta revolucionaria en Venezuela. Yolanda Monge contaba el intento de Obama por buscar un acuerdo sobre el presupuesto. Jacqueline Fowks ofrecía un reportaje sobre el mejor aeropuerto de la región, el de Lima. Alejandro Rebossio recogía las protestas de Cristina Fernández por el referéndum en Las Malvinas. Y desde esas islas escribía una crónica sobre la consulta uno de nuestros colaboradores estrella, John Carlin, el inglés más argentino del mundo.
Desde el principio Caño quiso que la opinión ocupara un lugar destacado en nuestra primera digital. En aquel estreno contábamos con la firma de Michael Shifter, desde Washington, y con una tribuna de Miguel Ángel Bastenier sobre la herencia del chavismo en América Latina. Bastenier fue desde ese primer día uno de nuestros columnistas de cabecera, compartiendo espacio con firmas como Jorge F. Hernández, Héctor Schamis, Diana Calderón, Ibsen Martínez, Jorge Zepeda Paterson, Antonio Navalón o Carlos Pagni. Otra novedad respecto a la edición española fue reservar un espacio para las noticias en inglés, pensando sobre todo en el público de EE UU interesado en América Latina. Pronto se añadieron también noticias en portugués, una especie de embrión de la edición de Brasil, que nacería ocho meses después.
Esa era la primera portada, pero ese 13 de marzo iba a concluir con algunas novedades informativas. A las 19.05, hora de Roma (12.05 en el DF), por la chimenea de la Capilla Sixtina empezaba por fin a salir humo blanco. No habían elegido a ninguno de nuestros favoritos. Pero sí a un vecino de nuestra recién estrenada parroquia americana. El primer pontífice jesuita, el primer pontífice latinoamericano y el pontífice argentino de la historia. Aquel día lo llamamos Francisco I, luego supimos que sería simplemente Francisco. En unos minutos la edición de América estrenaba su primera apertura a toda página con un titular corto, como tienen siempre las grandes noticias (‘América, atacada’, ‘JFK shot dead’), formado por dos palabras mayúsculas e inesperadas que nunca hasta entonces habían ido juntas: Papa argentino.
EL PAÍS ENTRA EN UNA NUEVA ERA
La edición de América se convirtió enseguida en la gran referencia informativa del continente. Ha crecido con delegaciones en Colombia y Argentina, y nuevas corresponsalías en Los Ángeles y Silicon Valley. Su hija, convertida ya en hermana, la edición en portugués, es la octava web más consultada de Brasil. El tráfico procedente de América es más del 40% del total de EL PAÍS. Y en buena parte gracias a ella, desde hace más de un año el periódico global es con gran diferencia el primero del mundo en español.
El sueño, nacido en un garaje y bautizado con las palabras del Papa llegado del fin del mundo, se había cumplido más allá de cualquier vaticinio.