La entrada en la Comunidad, la unión monetaria y el rescate han modificado el horizonte del sector financiero, ahora vigilado de cerca por el Banco Central tras una costosa reestructuración
Tres revoluciones en tres décadas. El proceso de integración europea ha obligado a la banca española a adaptarse a marchas forzadas a un escenario cambiante. Tras el ingreso en la entonces llamada Comunidad Económica Europea en 1986 y la creación de la unión monetaria 15 años más tarde, el sector financiero español vivió el auge –años de esplendor de la burbuja– y caída –la cura de humildad que llegó en forma de reestructuración brutal y rescate europeo–. Pasada la resaca, las entidades se esfuerzan ahora por buscar fórmulas para incrementar la rentabilidad y adaptarse a los nuevos vientos que soplan desde Fráncfort.
España se pasó los primeros años de la Gran Recesión repitiendo que su sector bancario era de los más sólidos del mundo gracias al sistema de provisiones edificado por el Banco de España a partir del año 2000, una regulación que había permitido almacenar un colchón de 30.000 millones de euros. El entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, alardeaba de esta gestión prudente y la proponía como ejemplo para el resto del mundo en el G20, al que España fue invitada por primera vez en 2008. “El error fue pensar que estas provisiones eran suficientes para afrontar una crisis de tales magnitudes, que en total ha exigido un saneamiento de unos 290.000 millones de euros”, asegura el catedrático de Economía de la Universidad de Valencia Joaquín Maudos.
Con una banca más saneada
que la francesa o la alemana,
España aún tiene retos pendientes
Pese a estos días de relumbrón, el sector financiero nacional –y muy especialmente sus cajas de ahorro– se convirtió en el hombre enfermo de Europa hasta hace bien poco. El 9 de junio de 2012, tras retrasarlo todo lo que pudo, el Gobierno de Mariano Rajoy pidió un rescate previsto para un máximo de 100.000 millones de euros del que al final se consumirían unos 40.000. Han pasado casi cuatro años desde entonces y los problemas más acuciantes parecen haberse desplazado a otros lugares.
La atención ya no está centrada en España. Hay casos más preocupantes. Como el del Deutsche Bank. La mayor entidad alemana se ha dejado en Bolsa un 85% de su valor a lo largo de la última década. Sus pérdidas subieron el año pasado hasta los 6.700 millones de euros. Está además la debilidad crónica de la banca italiana. El Gobierno de Matteo Renzi evitó el pasado mes de enero un rescate con dinero europeo gracias a un enjuague diplomático que facilitó un plan de avales públicos para que las entidades se libraran de su enorme cartera de créditos basura.
Diagnóstico. “Sin duda, las entidades españolas están mejor que las de otros países. El sector ya hizo un enorme esfuerzo de saneamiento (equivalente casi al 30% del PIB), de reestructuración (el número de grupos bancarios ha caído un tercio; la red, un 31%; el empleo, un 26%…) y de recapitalización. A la vista de los últimos acontecimientos en bancos de Alemania, Francia e Italia, todo parece indicar que en estos países hay deberes pendientes, en algunos de saneamiento y en otros de reestructuración”, añade Maudos, también director adjunto del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas.
Todo apunta a que el Banco Central Europeo (BCE) comparte este diagnóstico. “Las reformas estructurales realizadas, la recapitalización bancaria y unas condiciones financieras positivas contribuyen a la estabilización progresiva del sector, a una fuerte recuperación económica y a primas de riesgo a la baja. Sin embargo, quedan muchos retos pendientes. Mantener los esfuerzos para unas finanzas públicas sólidas y seguir reformando son elementos clave para equilibrar la economía y tener bajo control los diferenciales de deuda”, aseguraba el organismo que dirige Mario Draghi en una nota de octubre del año pasado con motivo de la cuarta revisión del programa de la banca española.
El BCE alaba los avances de la banca española –mejora en la calidad de los activos, mayor acceso de liquidez, solvencia recobrada…– al tiempo que alerta de los déficits. “Pese a que ha caído el nivel de créditos morosos, siguen siendo altos. La rentabilidad ha aumentado, pero todavía depende en gran medida de unos costes de financiación a la baja y la menor necesidad de dotar provisiones”, matiza el Eurobanco.
DESAFÍOS. Los retos siguen ahí. El primero radica en, como señala Maudos, “recuperar la rentabilidad y situarla por encima del coste de captar capital”, un objetivo difícil con el actual escenario de bajos tipos de interés, elevado volumen de activos improductivos, creciente presión regulatoria en forma de más capital de calidad y la necesidad de continuar recortando costes, lo que implica ajustes de oficinas y de plantillas.
La banca española ya se adaptó en los ochenta a la libertad de movimientos de capital, desregulación del sector y la entrada de la banca extranjera en el país. Más tarde, la entrada del euro y la desaparición del tipo de cambio fomentarían la creación de una fabulosa burbuja crediticia e inmobiliaria. Ahora llega la digestión de la crisis, y los nuevos retos derivados de la asunción por parte del BCE del papel de supervisor –con la revolución cultural que ello conlleva– y la nueva regulación aprobada para tratar de superar las carencias desveladas por la crisis que estalló en 2007 y que aún no ha acabado.
¿Ola de fusiones?
Para salir de la crisis, Europa necesita bancos más fuertes y más rentables. Y menos numerosos. Esta es la idea que subyace tras los planes del Banco Central Europeo (BCE), que a finales de 2014 asumió los nuevos poderes de supervisión. Algunos de los nombres que se oyen como candidatos son la italiana Banca Monte dei Paschi di Siena o incluso el Commerzbank, la segunda entidad de Alemania.
Varias entidades españolas, conscientes de que su caída en Bolsa de los últimos meses las convierte enblancos fáciles, ven estos planes con preocupación. “Ojalá hubiera fusiones transfronterizas. En España, la cuota de mercado extranjera es de las más bajas de Europa, en torno al 8%, por lo que la entrada de bancos exteriores generaría competencia. Pero tengo dudas de que acabe ocurriendo. Ahora mismo, con rentabilidades reducidas y una economía en desapalancamiento, no es fácil interesarse por la banca española”, concluye el catedrático de Economía Joaquín Maudos.