En 1976, cuando salió a la venta el primer número de EL PAÍS, la principal avenida de Teherán se llamaba Pahlavi, por la familia real. Tres años más tarde, una revolución popular derrocaba a la monarquía e instauraba una República Islámica. La calle se rebautizó como Val-i-Asr (un imam chií), pero los problemas que habían sublevado a los iraníes no iban a resolverse tan fácil. Sólo ahora, cuando se cumple el 37º aniversario de aquel terremoto político, el país empieza a vislumbrar el fin de su aislamiento internacional.
Irán ha experimentado una transformación enorme en estas cuatro décadas. De una sociedad rural se ha convertido en una sociedad urbana, con todas las necesidades de infraestructuras que ello lleva aparejado. Su población ha pasado de 37,5 millones de habitantes a los casi 80 millones actuales, lo que significa que dos tercios de ellos no tienen un recuerdo directo del suceso que ha marcado sus vidas.
Sólo ahora, cuando se cumple el 37º aniversario de aquel terremoto político, el país empieza a vislumbrar el fin de su aislamiento internacional
Hace ya algunos años que los iraníes hacen examen del camino recorrido desde entonces y de las expectativas que quedaron incumplidas. La guerra frente a Irak (1980-1988), primero, y la mala gestión de los recursos nacionales, después, desmintieron las promesas de buen gobierno y de una sociedad justa que hacía desde el exilio el ayatolá Jomeini, la figura que actuó de aglutinante del levantamiento frente la tiranía del sah Mohamed Reza.
El régimen revolucionario no logró librarse de la dependencia del petróleo. Esos ingresos han permitido que el 70% de la economía esté en manos del sector público, se olvidara el sector privado y la productividad cayera a mínimos. Pero fue sobre todo su política exterior, con la obsesión por la soberanía nacional y la independencia de Occidente, en especial de Estados Unidos, la que iba a marcar su destino.
El asalto a la embajada norteamericana en Teherán y el secuestro de medio centenar de sus diplomáticos durante 444 días, hizo que Washington rompiera relaciones diplomáticas. El antiamericanismo expresado en el “Muerte a América” que se corea a la menor ocasión se convirtió en un pilar del sistema. La primera potencia mundial se negó a reconocer a la República Islámica, alentando su aislamiento. Gran parte de la crisis que estalló al revelarse el programa nuclear secreto iraní en el verano de 2002 fue fruto de ese distanciamiento.
El antiamericanismo expresado en el “Muerte a América” que se corea a la menor ocasión se convirtió en un pilar del sistema
Ahora, la conjunción del efecto de las sanciones económicas sobre Irán y de la necesidad de EEUU de salir del enredo en Oriente Próximo ha ofrecido una oportunidad diplomática única a ambos países. El acuerdo nuclear ha abierto el camino a la reintegración de la República Islámica en el mundo y, tal vez a medio plazo, al restablecimiento de relaciones con Washington. Entre esperanzados y recelosos, los iraníes vislumbran por fin el futuro que siempre creyeron merecer.
Las expectativas son grandes; los obstáculos, también. Dentro y fuera de Irán hay fuerzas que se benefician del statu quo. No van a retirarse sin presentar batalla. Pero como los arces centenarios que jalonan la avenida Val-i-Asr, los iraníes han demostrado una gran resistencia.