Paola Sainz Sujet

Vivía en aquel entonces en una ciudad pequeña de Bolivia, llamada Sucre. Yo no tendría más de 7 años. El Papa iba visitar la ciudad y estaba de fiesta. Habían pintado las calles, había flores en los balcones, se respiraba un ambiente de alegría y – para los niños – de cierta incertidumbre por no entender a cabalidad qué significaba aquella visita. Las monjas del Arzobispado habían reunido una cantidad de niños vecinos de las oficinas del Arzobispado y nos enseñaban canciones que luego cantaríamos a voz en cuello. Como mi familia vivía a una calle de distancia, pues estuvimos invitados. ¡Vendría el representante de Dios en la tierra!
El día que finalmente llegó, me desperté sintiendo algo especial. No sé si por la expectativa o qué pero realmente algo diferente se respiraba en el aire. Mi mamá y las otras mamás del barrio habían organizado para los niños una suerte de visita muy corta al Papa, entregarle unas flores e irnos. Pero llegado el momento era tal el alboroto y el caos que mi mamá decidió que no era seguro participar de aquel tumulto de gente. Y nos fuimos a casa. Yo me cambié de ropa y me puse cómoda para seguir jugando. Una camiseta de Mickey Mouse verde.
Después del almuerzo, mi mamá me ofreció intentar ir a ver al Papa. Claro, “ver” al Papa desde una distancia larga. Recuerdo haber aceptado más por acompañar a mi mamá que por ver al Papa realmente. Y entonces algo maravilloso sucedió. No sé cómo, no sé porqué, no sé en qué momento, pero nos encontramos de frente a Juan Pablo II en el pasillo del Arzobispado, un pasillo casi vacío y ahí, el representante de Dios en la tierra. Recuerdo un hombre alto, guapo, de mirada dulce y cariñosa. Recuerdo a mi mamá llorando emocionada y recuerdo sobre todo la mano del Papa que mi mamá besó y que tenía marcas de otros pintalabios de otras mujeres que habían besado aquella mano esa mañana.
Luego él se agachó a mi altura, me acercó la cara para que lo besara y lo hice, con cariño. Me acarició la cabeza dulcemente y luego siguió adelante. Uno de sus ayudantes nos regaló un Rosario y semanas después llegaron las fotos desde el Vaticano. Una niña de camiseta verde mira sonriente a un hombre de mirada dulce y una mamá lagrimea a su lado.
Años más tarde, muchos años más tarde, cuando el Papa moría, la niña de camiseta verde estaba en Roma. Pura casualidad o destino, tuve la enorme fortuna de conocerlo en mi ciudad y despedirlo en la suya.