EL PAÍS sintonizó desde su lanzamiento con los españoles deseosos del cambio político y trazó las líneas maestras de una nueva forma de hacer periodismo en España. Juan Luis Cebrián reclutó una redacción con apenas 30 años de edad media. Pluralismo y rigor fueron los dos grandes mandamientos.
La publicación de EL PAÍS supuso un acontecimiento de primer orden en la vida pública, por cuanto desde su primer número el periódico se presentó con desparpajo como un referente político e intelectual de la España que enterraba la dictadura e iniciaba el difícil camino de la Transición a la democracia. Constituye un acto de desvergüenza y falta de honradez de esos cobijados en los presupuestos universitarios, reconvertidos hoy a la política profesional como líderes de los nuevos populismos totalitarios, cuando menosprecian y se bufan de la Transición política española, olvidando que siempre concurre el recuerdo de quienes pagaron con su vida el tránsito a una sociedad libre, democrática y, en nuestro caso, a la conquista de la libertad de expresión. EL PAÍS acrecentó geométricamente su difusión porque sintonizó con los españoles deseosos no solo del cambio político, sino también de la modernidad social y la huida de esa España lúgubre, mediocre y cutre que transitó en los estrechos corsés del edificio político de la dictadura. El periódico fue firme en esos objetivos, argumentativo en sus propósitos, tolerante en las polémicas, plataforma plural de la vida pública y lugar de convivencia y debate, siempre con estrictas reglas de un periodismo riguroso e innovador.
EL PAÍS acrecentó
geométricamente su difusión
porque sintonizó con los españoles
EL PAÍS enlazó con la mejor historia del periodismo político que nació en España con El Conciso durante las Cortes de Cádiz, tuvo especial relevancia en la II República con El Sol y quedó enterrado, como tantas otras cosas, con la Guerra Civil y la dictadura. Juan Luis Cebrián reclutó una Redacción joven, con apenas 30 años de edad media, para realizar un nuevo periodismo. Nadie debía escribir de lo que no supiera o no se hubiera documentado. El periódico era un trabajo en equipo, se huía del columnismo y los personalismos. Acogía una pluralidad de artículos de autor, de reconocido prestigio en las materias, que servían para dinamizar los apasionados debates de la época.
Los editoriales constituían una parte fundamental del edificio, pues marcaban en tiempo real una opinión contundente en su fondo, siempre preñada de la dosis necesaria de apasionamiento vital para resultar convincentes, y fundamentalmente estructurados en sólidos razonamientos y argumentos.
Las formas fueron fundamentales. Parco en tipografía, ordenado en su diseño y expresivo en sus manifestaciones gráficas, que eran parte de las noticias y no meros adornos. Se intentaba que estuviera bien escrito y los redactores tenían obligatoriamente que cumplir las normas del Libro de estilo. Su mejor marketing se basó en su primera página.
Los editoriales
constituían una parte
fundamental del edificio
EL PAÍS dignificó la profesión de los periodistas por las normas laborales y profesionales que se adoptaron, bastante revolucionarias para la época. Basten como ejemplos que desde el principio se observó la semana de cinco días y el secreto profesional de las fuentes. El PAÍS mantuvo un compromiso moral con sus lectores, que constituyen su anónima propiedad. Para hacer posibles esos principios era necesaria la rentabilidad de la empresa, como recordaba Jesús de Polanco, que estructuró un consejo de administración capaz de entender y hacer posible el nacimiento y esplendor de esta aventura periodística. Y en la que muchos periodistas nos involucramos en una gestión modélica y eficaz, como demuestran las cifras.
Para quienes tuvimos el privilegio de desempeñar un papel relevante en el nacimiento y desarrollo de esta institución cívica, de dimensiones globales, no lo vivimos, al menos yo, como una rememoración nostálgica del pasado, sino como un compromiso con el futuro. Porque este no es territorio de nuevos caciques políticos encubiertos, especuladores financieros, burócratas contables y falsos profetas de la tierra prometida del mundo digital. El único activo relevante de un periódico es su credibilidad.
Es un episodio más, con el poder y la capacidad que la oportunidad digital nos depara, para la eterna lucha de informar, formar y entretener. Porque esto es tan fácil como hacer atractivo y divertido aquello que nos enseñaron a contar; que no es noticia que un perro muerda a un hombre, pero sí es noticia que un hombre muerda a un perro.