Lejos están los tiempos del taller Lunátic de Mallorca y la fascinación por el ‘art brut’. También lejos queda aquella documenta de Kassel de 1982 que le dio nombre en el estrellato internacional. A sus 59 años, Miquel Barceló sigue quemando cartuchos en la soledad caótica de su estudio de París
Sentado en su taller, en el parisiense barrio de Le Marais, Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) evoca su relación primera con EL PAÍS: “No recuerdo si compré el primer número, pero sí debí de hacerlo, porque por entonces yo tenía un taller en los bajos fondos de Palma y lo compraba cada día. Lo sigo haciendo, y también lo uso como material, para los collages”. También recuerda su primera aparición en el diario, “con motivo de la exposición ‘Nuevas figuraciones’, allá por 1981 o 1982, y ya después de la Documenta de Kassel, cuando Calvo Serraller publicó un artículo grande”.
Tantos años después, ¿lucha por seguir siendo cada día Miquel Barceló o lucha por cambiar cada día?
Se me olvida bastante quién soy, no tengo muy buenas relaciones conmigo mismo, no admiro mucho a Miquel Barceló, al contrario, lo maltrato bastante. Para ir adelante y avanzar, me reinvento cada día.
Ha comparado usted la pintura con el buceo. Uno baja al fondo y a veces encuentra cosas, y otras no…
Yo cuando estoy en Mallorca buceo casi todos los días, pero casi siempre me sumerjo sin conseguir nada. Antes bajaba con un fusil para pescar meros y pulpos, pero ahora como mucho hago fotos con el móvil. Al principio veía un agujero y pensaba que allí podía haber un mero. Pero casi nunca aparecía el mero. Pues con la pintura pasa lo mismo, normalmente te sumerges y vuelves a salir sin haber conseguido nada, y después de todas las nadas aparece algo.
¿Se replantea mucho su proceso creativo?
Yo destruyo muchos cuadros, pero los destruyo repintándolos, continuamente, y alguna vez, cuando ya no me queda más remedio, los quemo en un horno de cerámica que tengo, porque así me sirven como combustible. Pero antes de quemar los cuadros irremediables los ahumo, para que quede un rastro como si fueran un jamón o un bacalao… Sí, casi todos mis cuadros acaban siendo destruidos.
¿Qué dosis de placer y de angustia hay en su trabajo?
No sé. Borges decía que sus instrumentos de trabajo eran la humillación y la angustia. Pues un instrumento del pintor es la frustración, porque siempre buscas algo que no acabas encontrando. Por eso yo hago las cosas tan rápido, porque sé que tendré que hacerlas tantas veces que es mejor hacerlas a mucha velocidad. Pero eso es algo que va con el oficio, son como los cortes que se hace el carpintero o como los anzuelos que se clavan los pescadores.
“Un instrumento del pintor
es la frustración, porque
siempre buscas algo que
no acabas encontrando”
En esa búsqueda no descarta ninguna materia prima. Pintura, materia orgánica, lejía, limones, arcilla y hasta termitas…
Para mí todo es pintura, desde la arcilla hasta el polvo. En Malí hay un polvo muy fino que se mete en todas partes, hasta en las latas de sardinas, y se queda para siempre, así que todo lo que pintaba allí tenía una pátina especial, un color como amarillo dorado que parece que tiene mil años. Al principio intenté luchar contra eso y contra las termitas que se comen el papel. Pero vi que todo aquello me hacía sentir rejuvenecido y me di cuenta de que el polvo aquel también era pintura, casi como una veladura de Tiziano que había que conservar con esmero.
Un artista moderno que bebe de lo arcaico. ¿Le sirve esta definición como retrato suyo?
No lo sé. Es algo muy intuitivo, pero mi forma de ir adelante es mirar mucho hacia atrás. Bueno, hacia muy muy atrás. Cada vez me interesa más y más intensamente el arte de Chauvet, uno de los grandes choques culturales y estéticos de mi vida junto con mi experiencia en Malí.
“Yo destruyo muchos cuadros
pero los destruyo repintándolos”
¿Qué le han enseñado los artistas de hace 30.000 años? ¿Y cómo ha evolucionado el arte desde entonces?
Creo que, desde hace cosa de 15 años, estamos asistiendo a una especie de historicismo decadente. Grandes obras muy bien ejecutadas con una gran base moral, con todo tipo de referentes éticos y justifi caciones sociológicas. Es curioso, pero aprendo más con el arte de hace 30.000 años que con el de hace 20 o 30…