Marco Fernández-Sommerau

Hola, como ex-“azafato” del pabellón de la Unión Europea en la Expo, les comunico que entre las muchas experiencias y hallazgos que hice durante aquella locura, (entre ellos por cierto la que es hoy mi mujer belga) está hecho de poseer…. chan chan…nada mas y nada menos…. chan chan… que… EL PIN DEL PABELLON DE POLONIA. Espere, no me borre, déjeme explicarme. Era joven y al irme a Sevilla decidí que dejaría el cerebro en un tarro justo el tiempo de la Expo. Así fue, y como muchos, en los ratos que me dejaron libre el (poco) trabajo, las constantes fiestas de pabellones y las consiguientes resacas, aproveché mi condición de “insider” y me recorrí durante meses todos los pabellones en busca de pins oficiales. Entre todos los países había uno particularmente recalcitrante, Polonia. Y tanta era la insistencia del público ávido de pins que un día llegaron a poner en la puerta un letrero que decía “No tenemos pins, no hemos tenido pins, y no los tendremos jamás”. Resignación… Pero un día, por casualidad paso cerca y veo algo, la pieza mas codiciada: uno de los gorilas de la puerta lleva un pin…. del pabellón de Polonia!! Como puede ser? El pin que no existe! Tiene que ser mío. Me confirmó el portero que, por lo visto, se hizo una pequeña producción de pins de Polonia con motivo del día nacional (cada país tenia el suyo), y que solo se repartieron unos pocos durante un día. Tras un rápido cambalache con el guarda, me llevé en ansiado pin que lleva ya 24 años apilado con los otros en un cajón (creo) en el olvido mas absoluto. Por cierto, además del pin, me llevé de Sevilla a mi mujer y un título de piloto de ultraligero, pero eso ya es otra historia… Mi cerebro lo recuperé del tarro en diciembre de 1992 al volver casi arruinado a pesar del pedazo de salario que tenía.