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Tenía diecisiete años y mi profesor de filosofía me habló, en un pasillo del instituto, de lo que estaba ocurriendo en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia. Había visto algo por televisión pero no había prestado demasiada atención. Cuando la gente ya había acampado en la plaza, y la movilización tenía algunos días de vida, cogí un tren y asistí a una asamblea con Pablo. Fue una experiencia verdaderamente emotiva ya que ninguno de los dos sabíamos lo que era un gobierno no conservador y, mucho menos, una protesta ciudadana como aquella. Recuerdo sentirme muy sorprendida por todo lo que vi y escuché aquella tarde. Unos meses después, participamos en las manifestaciones contra la situación tercermundista en la que se encontraban los institutos públicos de la Comunidad Valenciana. Mientras Cifuentes decía que éramos el enemigo, nosotros nos sentábamos en medio de la calle Xàtiva y cortábamos el tráfico de forma pacífica y por una educación pública y de calidad. La policía llegó a golpearnos y yo perdí un zapato. Desde entonces, los llevo siempre bien atados.