Carolina García

Periodista

Manuel Vicent, la cita obligada del domingo

  • Llegó a EL PAÍS en 1977 y permanece fiel a sus lectores. Quiso ser abogado, pero su amor por la escritura le hizo desistir
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El escrito Manuel Vicent en el hotel Eurobuilding. / C. Manuel

Cuando el estruendo de las bombas de la guerra civil se escuchaba en diversas ciudades españolas, Villavieja (Castellón) veía nacer en 1936 a uno de sus vecinos más ilustres: el escritor y periodista Manuel Vicent. Se licenció en Derecho y Filosofía por la Universidad de Valencia aunque nunca llegó a ser abogado, precisamente por su amor a la escritura. Se mudó a Madrid con la excusa de preparar unas oposiciones, estudió Periodismo en la Escuela Oficial y comenzó a colaborar en revistas de referencia como Hermano lobo y Triunfo.

“Empecé a escribir algunos relatos cuando llegué a la conclusión de que no servía para otra cosa. Al terminar la carrera de Derecho me pareció más divertido firmar cualquier gansada que preparar oposiciones a abogado del Estado. Mi primera idea era ingresar en la Escuela de Cine. En lugar de eso, escribí una novela que ganó el premio Alfaguara en 1966”, cuenta Vicent. “No pongas tus sucias manos sobre Mozart, un breve relato que escribí en Triunfo y resultó reconocido con el premio González Ruano en 1979, fue quizá lo que marcó mi carrera periodística”. Una carrera que también se ha visto recompensada con el Premio Francisco Cerecedo (1994), creado por la Asociación de Periodistas Europeos.

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El escritor y periodista Manuel Vicent, en una imagen de archivo. / G.J.

Su primer trabajo en EL PAÍS
fue cubrir la apertura por el Rey
de las Cortes Democráticas

Publicó sus primeros artículos sobre política en el diario Madrid. En julio de 1977 llegó a EL PAÍS, donde se hizo célebre entre los lectores por sus crónicas parlamentarias. “Me llamó el director, Juan Luis Cebrián, para que diera cuenta de la actividad del Congreso en la primera legislatura de la Transición, una sección muy apetecible en ese momento”. Su primer trabajo recogía la apertura de las Cortes Democráticas por el Rey.

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Manuel Vicent, junto al entonces director de EL PAÍS, Juan Luis Cebrián.

El autor de Son de mar ha hecho prácticamente de todo en el diario: llevan su firma crónicas, artículos, entrevistas, viajes y retratos literarios. “En general he evolucionado desde el barroquismo y el esteticismo a la naturalidad y la sencillez, sin obviar el gusto por dar en la diana con el adjetivo”. Vicent ha publicado más de mil artículos en el periódico, donde sigue escribiendo habitualmente. “Si tuviera que elegir alguno, tal vez sea Los pájaros huyeron de Valencia, una crónica del golpe de Tejero desde esta ciudad, y el artículo Tesoro, una columna de opinión crítica con los recortes en educación, por citar algunos”.

Como escritor, es autor de más de una decena de obras que le han hecho merecedor de varios galardones, como el premio Nadal de 1987, por La balada de Caín. También es el artífice de El resuello (1966), La muerte bebe en vaso largo (1992) y Tranvía a la Malvarrosa (1994), esta última llevada al cine. En la actualidad, Vicent compagina su labor como escritor y periodista con la de galerista.

ARTICULISTA DE RAZA

Pregunta. ¿Se ha ganado muchos enemigos en estos años?

Respuesta. Fui llevado a los tribunales por los herederos de Santiago Ramón y Cajal, a raíz de un comentario del periodista Luis Calvo en una entrevista que le hice. Durante la dictadura fui procesado por desacato por el juez Gómez Chaparro. No se me aplicó la ley de amnistía, pero al final me libré por los pelos. Y, en tiempos de Hermano Lobo, las idas y venidas de Umbral, Summers, Chumy Chúmez y un servidor a las Salesas [plaza madrileña en la que tenía su sede el Tribunal de Orden Público] era continua.

P. ¿En algún momento ha llegado a recibir insultos?

R. Aparte de eso, he recibido insultos e improperios de rigor a cargo de algunos taurinos exaltados por la columna que desde hace más de 30 años escribo contra la tauromaquia por la feria de San Isidro. Y de algunos creyentes cuando te metes con la Iglesia.

P. ¿La experiencia ayuda a tener una opinión cada día?

R. Tener opinión de todo no es mi caso. Por eso no estoy inquieto en absoluto. De cosas que no sé, que son infinitas, generalmente intento no escribir. Aun así me equivoco muchas veces. Me interesa sobre todo el rastro permanente que la actualidad deja en suspensión sobre la sociedad. Mi obsesión consiste en expresar lo cotidiano desde un punto de vista imprevisto.

P. ¿Le viene a la cabeza alguna anécdota de estos años?

R. Tal vez que siempre me han confundido con Luis Carandell, lo que un día me libró de que me agredieran unos taurinos en el patio del desolladero de Las Ventas.

P. ¿A quién señalaría como sus maestros?

R. Por un lado, a Julio Camba y Josep Pla. Por otro, a Jorge Luis Borges.