En 1993, el líder sudafricano recibió el Premio Nobel de la Paz. No hay en la historia reciente otro líder más generoso, visionario y sagaz
‘Guerra y Paz’, de León Tolstoi, fue una de las lecturas predilectas de Nelson Mandela durante los 27 años que permaneció encerrado en cárceles de su país. John Carlin traza un pararelismo entre Mijaíl Kutúzov, personaje de la novela, y el carismático líder sudafricano
Yo me dedico a vender palabras. Sobre Nelson Mandela –entre libros, artículos, conferencias, documentales y una película– habré vendido cerca de medio millón. Inevitablemente, me he repetido bastante. Hoy les ofrezco algo nuevo, nunca publicado. Escribiré sobre Mandela y Guerra y paz, de Tolstoi.
Hace cinco años hablé en Oslo con el ministro de Exteriores noruego. Me dijo que cuando Mandela era presidente de Sudáfrica fue con él a Robben Island, el Alcatraz del Atlántico sur, donde pasó 18 de sus 27 años de prisión. Mandela le contó que recordaba aquella época con cierta nostalgia. Desde su liberación había vivido una vida de permanente agitación; durante su cautiverio había tenido todo el tiempo del mundo para pensar y leer.
Esto ya me lo había contado Mandela, pero lo que me sorprendió fue un detalle que le confesó al ministro: que uno de sus libros favoritos había sido Guerra y paz y que el personaje con el que más se identificaba en toda la literatura era uno de los protagonistas de Tolstoi, Mijaíl Kutúzov.
Kutúzov es el viejo general ruso que, ante la perplejidad de sus compatriotas, permite que el ejército invasor de Napoleón avance hasta Moscú; llegado el invierno, con el frío inmisericorde de las estepas como aliado, aniquila a las tropas francesas. “Los dos guerreros más fuertes -dice Kutúzov- son la paciencia y el tiempo”.
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No es difícil entender cómo esas palabras resonaron en la mente de Mandela. Hubo un largo tiempo en el que todo parecía perdido, pero él también venció a su enemigo. Mandela derrotó a las fuerzas de ocupación del apartheid y plantó la bandera de la democracia en su país.
Las similitudes entre Mandela y Kutúzov van más allá. Kutúzov es un soldado que va a la guerra no por impulso propio sino por obligación; deja claro que prefiere la paz y la vida contemplativa. Mandela también fue soldado: fue el líder del primer movimiento armado de liberación negra de su país. Pero por instinto, temperamento y conciencia moral se sintió más cómodo, y prosperó más, en la mesa de negociación.
Era, como Kutúzov, un hombre respetuoso sin odios, frío en su análisis de la condicion humana, cálido en su afecto por la humanidad. He intentado muchas veces transmitir el porqué de la grandeza de Mandela, el motivo por el cual ha pasado y seguirá pasando a la historia como un coloso. Pero las mejores palabras no las tengo yo; las tiene un filósofo e historiador de las ideas nacido en Letonia, nacionalizado británico, llamado Isaiah Berlin.
Bajo la estela de Tolstoi
En un ensayo sobre Tolstoi publicado en 1953, Berlin ofrece una evaluación de las virtudes que hacen único a Kutúzov y lo que descubrí fue que sirven también para Mandela.“Estos grandes hombres -escribe Berlin- son más sagaces, no más eruditos; no es su capacidad deductiva o inductiva de razonamiento lo que les convierte en maestros; su visión es más profunda, ven cosas que otros no llegan a ver; ven cómo el mundo gira, qué va con qué, qué cosas nunca se podrán juntar; ven lo que puede ser y lo que no puede ser; cómo viven los hombres y con qué finalidad, lo que hacen y lo que sufren, y cómo y por qué actúan, y deberían actuar, así y no de otra manera”.
Esta visión, sigue Berlin, “hace lo que ninguna ciencia puede hacer; distingue entre lo real y la impostura, lo que tiene valor y lo que no tiene, lo que se puede hacer o soportar y lo que no”. Se trata de una profundidad de comprensión que nada tiene que ver con la racionalidad. Kutúzov no sabe lo tiene que pensar, dice Berlin. “Lo siente en sus huesos”.
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No tengo nada más que agregar, ni mucho menos mejorar. Solo resaltar que con estas palabras Berlin, sin querer, retrata a Mandela a la perfección. Desde el primer momento que lo vi y oí de cerca, en una rueda de prensa el 12 de febrero de 1990, la mañana después de su liberación, supe que estaba ante el líder político más carismático, generoso, visionario y –ante todo- sagaz que había visto, o vería, en mi
vida. Años después, gracias al ministro de relaciones exteriores de Noruega, a Tolstoi y a Isaiah Berlin por fin entiendo por qué.