Aurora Intxausti

Periodista

José Luis Gómez: “Contribuí a mi país con lo que yo tenía”

Su pasión por la palabra le ha llevado a deambular por el mundo como actor y director. Al frente del teatro La Abadía desde 1994, ha protagonizado y dirigido grandes obras. Es académico de la Real Academia de la Lengua, pero eso no le impide meterse en la piel de Celestina, la mayor alcahueta literaria y teatral.

El actor y director José Luis Gómez (Huelva, 1940) estaba ensayando “alguna obra de teatro” cuando vio la luz EL PAÍS. Le cuesta más concretar aquel papel que definir la sensación que le produce este diario: “Está en una zona templada del espíritu con la que me reconozco”, dice. El titular que recuerda con ilusión y ejemplo de serenidad es el que se publicó tras el golpe de Estado del 23-F: “EL PAÍS con la Constitución”. Su talento renacentista le ha granjeado una presencia constante en las páginas del periódico. La última vez que se ha hablado de él está reciente. Fue por la preparación de su papel teatral de Celestina, donde su transformación es absoluta.


gomez2¿Cómo se logra forjar una lengua?

No solo a través de la escritura. El hablar de la gente es lo que los escritores recogen y vuelven a amalgamar, es un flujo. La palabra oral es emotiva y es como un soplo de espíritu, algo de lo que la escrita carece. En el teatro aprendes que los signos gráficos, cuando se expresan, se transforman en otra cosa.

¿Qué le ha dado el teatro?

A lo que alcanzo a entender, me ha permitido la posibilidad de dar lo mejor de mí. Tal vez lo hubiese podido dar en otra profesión, pero no creo. Hay una serie de circunstancias que se han ido cruzando en mi camino –mi origen social, mi personalidad…– y que han hecho posible que el teatro saque lo mejor.

¿Por qué decidió crear el Teatro La Abadía?

Lo hice más consciente que inconsciente. A los 55 años pensé que la vida me había compensado con muchas retribuciones, gozaba de un reconocimiento suficiente y me encontraba en la disyuntiva de ganar más dinero con mejores papeles o hacer algo diferente. Tuve la intuición y el convencimiento de que lo mejor era contribuir a mi país y a mi profesión con lo que yo tenía. Eso me llevaba a prescindir de muchas cosas, como la de ganar menos dinero, pero la retribución personal en estos años está en La Abadía.

¿Qué ha cambiado en España desde su regreso de su formación europea, en la década de los años 70?

La realidad del teatro con la que me encuentro está muy por debajo de las realidades artísticas que había vivido anteriormente en Francia y Alemania. En este país hay gente de talento y muy laboriosa que luchaba y lucha por hacerlo mejor. Las circunstancias eran y son muy insatisfactorias si las comparo con los países europeos de nuestro entorno. Como el Centro Dramático Nacional en Alemania, donde hay cien teatros de ópera, ballet y drama. La Abadía es un proyecto de muy bajo coste y se podrían haber creado ocho iguales en las provincias españolas. El panorama es yermo.

El teatro me ha
permitido la posibilidad
de dar lo mejor de mí

¿Qué ha influido para que la cultura no se considere uno de los grandes valores del Estado?

En este país la unión de religión y política nos ha demostrado que es nefasta. Lo hemos visto en nosotros y lo vemos en el mundo islámico: es de una peligrosidad espantosa. Además, en su momento, le añadimos una dictadura que dio al traste con todo aquello relacionado con lo creativo y, posteriormente, ningún gobierno, ni de derechas ni de izquierdas, se han preocupado demasiado. Max Aub hizo un discurso ficticio de ingreso en la Academia que resulta conmovedor porque alrededor suyo se encuentran Federico García Lorca, Sanchez Mazas, Jiménez Caballero, Pemán y Alberti. Se asombra y piensa que la Guerra Civil no tuvo lugar nunca. El discurso sobre el teatro te conmueve porque la conclusión es que no nos hubiéramos matado unos a otros. Y que las opiniones de todos eran respetadas. No ha habido tiempo suficiente para una reparación en toda regla y una apuesta en valor abrazadora de lo que es la cultura.