Las decenas de filiales y oficinas abiertas en América Latina, Estados Unidos y Europa certifican el acierto histórico de la expansión de la banca española
Jaime Chávarri filmaba hace 40 años una de las mejores películas del cine español: El desencanto. Una visita guiada al hundimiento de la familia del poeta falangista Leopoldo Panero. La crónica representaba también el relato de una sociedad que boqueaba buscando el aire de la libertad y la democracia tras décadas de dictadura. En aquellos años, la banca emprendió la misma transición y lo hizo arrancando, como en la cinta, con una de las crisis más profundas de su historia. Un drama financiero que llegó hasta 1985, pero que tuvo un valor catártico: fue el prefacio a la expansión internacional de la banca patria. “Un movimiento que pasará a la historia como uno de los episodios más brillantes de la empresa española”, relata Mauro Guillén, director del Instituto Lauder en la Wharton School.
Pero antes de lo épico, las cifras de la adversidad. En 1977 operaban en España 110 bancos y la crisis golpeó a 56. Más de la mitad del sistema financiero sufría problemas. Y aunque en principio pareció que solo afectaba a las entidades pequeñas y medianas, en 1981 saltó a bancos grandes como el Urquijo, Banca Catalana y Rumasa. La crisis industrial, las deficiencias en la gestión y la dura competencia por el pasivo cebaron la máquina de los problemas. Una señal clara de que había que modernizar el sistema. Porque la primera tarjeta de crédito que se emitió en el país fue en 1971 y aquellos días la Bolsa y el mercado de deuda vivían en la edad de piedra. Además, del exterior no llegaban noticias. Solo “algunas firmas, como el Banco Hispano Americano, Banco Central, Banesto o el Banco Bilbao, tenían participaciones minoritarias en entidades latinoamericanas”, indica Enrique Pérez-Hernández, profesor del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB). El mercado interior estaba blindado. “Las 40.000 oficinas bancarias con marca española suponían una barrera infranqueable contra la competencia extranjera”, observa Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI).
Entra la competencia. Pero las cosas empezaban a cambiar. En 1984, Felipe González abre la puerta (tras negociar con los siete grandes bancos) a la entrada de la banca extranjera, durante 1987 se reducen los coeficientes de inversión obligatorios y dos años después las cajas de ahorro pueden inaugurar sucursales lejos de su provincia de origen. Casi sin saberlo, la banca española estaba armando la estructura que aplicaría fuera. Porque entre medias había ocurrido un hecho histórico: la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1986. “Por fin los bancos pueden beneficiarse de un endeudamiento barato”, precisa Guillén. Era la gasolina necesaria para salir al exterior.
Tampoco quedaban más opciones. En casa, los márgenes financieros se estrechan y la competencia se agranda. En 1989, el Gobierno socialista aprueba el pasaporte europeo. Una directiva que supone que un banco autorizado para operar en un país miembro de la CEE puede abrir sucursales en otros sin necesidad de plácet. La Administración liberaliza los flujos de capital transfronterizos y se inicia un baile de grandes fusiones dentro de casa que con el tiempo protagonizarán BCH-Santander y BBV-Argentaria. Este binomio fue el nacimiento de los dos grandes: Santander y BBVA. En este paisaje en cambio, Ontiveros usa la palabra “defensiva” para calificar la internacionalización de la banca. A la fuerza necesita más tamaño para competir con las firmas estadounidenses, japonesas o europeas y afrontar un fenómeno entonces nuevo: la globalización.
Esa internacionalización se produce en dos oleadas. A mediados de los ochenta y principios de los noventa, América Latina era el lugar perfecto para desembarcar. Había nexos y oportunidades. “Un idioma común, bajo nivel de bancarización, estabilidad social, procesos de privatización abiertos de bancos nacionalizados y, además, márgenes de intermediación más altos que en España”, desgrana Ángel Berges, vicepresidente de AFI. “La salida al exterior, como en Latinoamérica, se basó en una cultura de banca minorista, que no se aplica de forma universal, sino que se ciñe a países con afinidad cultural”, apunta Juan José Toribio, profesor de IESE.
La banca llega a Puerto Rico, Chile y Uruguay. En las naciones más pequeñas de la región (pioneras a la hora de franquear sus sectores bancarios a las entidades foráneas) se ensaya a mediados de los ochenta la batalla definitiva. Cinco años después, BBVA y Santander lideran el movimiento en Brasil, Perú, Argentina, México y Venezuela. El banco cántabro –“con una estrategia más agresiva que su gran competidor”, afirma Nuria Álvarez, analista de Renta4– se hace fuerte en Brasil (compra Banespa en 2000) y Chile (Banco Español-Chile, 1982) mientras su archirrival se parapeta en México (Bancomer, 2000).
Situadas las piezas sobre el terreno, la internacionalización fue el empeño y el acierto de los dos mayores bancos españoles. Ambos tuvieron claro desde el principio que tenían que “conseguir parcelas de mercado significativas”, explica Olaf Díaz-Pintado, corresponsable de EMEA Investment Banking Services de Goldman Sachs. Esa estrategia persigue cuotas superiores al 10%, apoyar la entrada de las multinacionales españolas en el continente y sostener la expansión a través de un modelo de filiales autónomas en capital y liquidez. “Lo cual permite crear cortafuegos frente a posibles crisis en un país concreto”, analiza Juan Pérez de Ayala, socio de Monitor Deloitte.
Santander y BBVA son referentes
de la conquista exterior
que la crisis ha frenado
Segunda oleada. La necesidad de compensar el riesgo de los mercados emergentes impulsa a la banca, en una segunda oleada, hacia tierras más maduras. El tempo lo marca el Santander con la compra en 2004 del Abbey National Bank (Reino Unido). Y la réplica llega del BBVA tres años después con Compass (Estados Unidos). Ponen encima de la mesa 19.754 millones de euros. La “banca española en la década de los años 2000 ya se había convertido en una referencia para el resto de Europa por eficiencia, solidez financiera y diversificación internacional”, resume Gonzalo Rengifo, director general de la gestora Pictet AM en Iberia y Latinoamérica. Ahora sí llegan buenas noticias del exterior. “El Santander no solo lidera la banca al por menor en la OCDE [organización de los 24 países más industrializados del planeta], sino en Reino Unido, el país donde nació este negocio”, incide Ontiveros.
El retrato de una ambición que no está al alcance de todos. Popular, Sabadell y CaixaBank han tejido una presencia ahí fuera bastante inferior a la de los dos grandes. Quizá les ha faltado músculo financiero o empeño. El caso es que a partir de 2008, con el inicio de la Gran Recesión, se frenó el crecimiento exterior de la banca. Pese a todo, el Sabadell sorprende en 2015 al adquirir TSB Banking Group (Reino Unido), el sexto banco británico, y el BBVA, además de en Turquía, se ha volcado en su reinvención tecnológica comprando start-ups financieras nacidas en Silicon Valley. Un viaje, desde luego, inimaginable hace 40 años cuando la banca española vivía en el desencanto.