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Con 9 años empezó a escribir… y hasta ahora. Su secreto es una mezcla de melancolía fina, ironía y humor
Elvira Lindo (Cádiz, 1962) es una de las voces más reconocidas por los lectores de EL PAÍS. Con una mezcla de “melancolía, ironía y humor”, acude a su cita con el periódico desde el año 2000. Debutó como columnista en la sección de Madrid, con la serie titulada Tinto de verano, una comedia que duró cinco años. Ahora continúa los sábados con Don de Gentes y colabora con la Cadena SER en el programa La Ventana.
La primera columna que escribió trataba sobre las estatuas de Madrid. “No fue nada del otro mundo, pero me costaban gran esfuerzo”, recuerda. En ellos, intentaba recrear su vida de forma cómica. “El humor, aunque no lo parezca, no es algo tan sencillo de conseguir cuando uno se pone a escribir”.
El amor por la escritura comenzó a los nueve años. Con el tiempo, reflexiona, “el juego se convirtió en vicio y el vicio en oficio”. Una día, su carrera profesional dio un vuelco con el personaje Manolito Gafotas, un niño de barrio. Carabanchel Alto será el lugar —el mismo al que ella llegó con 12 años desde su Cádiz natal— donde tendrán lugar las peripecias del niño. “Su éxito me abrumó”, confiesa.
“La vida cotidiana me
parece extraordinaria,
no soy dada a lo fantástico”
Con uno de sus títulos, Los trapos sucios de Manolito Gafotas, obtuvo en 1998 el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil. Más tarde, llegarían más libros y alguna incursión en el cine. La escritora formó parte del guión que dio forma a la película La vida inesperada, dirigida por Jorge Torregrossa.
Quizás, por ello, a Lindo le gusta variar la temática de sus columnas. “No quiero ni aburrirme ni aburrir. La vida cotidiana me parece extraordinaria, no soy dada a lo fantástico. Escribo de vez en cuando de política, pero como actualmente hay tal saturación prefiero fijarme en otras cosas”.
Para esquivar la monotonía, esta lectora voraz de la prensa diaria lee las columnas de sus colegas de profesión. “Da más trabajo —admite— pero creo que es lo que toca. Escribo sobre lo que tengo delante de los ojos, pequeñas historias cercanas a la gente que es lo que más me gusta y para lo que creo que, honestamente, estoy más dotada”.
A lo largo de los años, su estilo ha variado hacia una visión más irónica. La escritora valora esta evolución como positiva. “Escribir durante tanto tiempo me ha ayudado a mirar con más atención a mi alrededor y a narrar con más oficio. Un columnista debe crecer, como me ocurrió a mí. Ya no escribo igual que al principio. A veces los lectores te piden que no cambies, pero para estar vivo tienes que ser infiel a tu estilo”. Esa libertad para actuar de una forma u otra a la hora de escribir, hace que Lindo conciba sus columnas también como una narración de un cuento.
Su estancia en EL PAÍS le ha recompensando con una “biblioteca atípica” en la que se mezclan “cariñosas cartas” de su admirado Lázaro Carreter —director de la Real Academia Española entre 1992 y 1998—; una poesía “erótico-humorística” que le envió el actor Paco Rabal; los mensajes que le hacía llegar el guionista Rafael Azcona, o del agudo y siempre irónico José Luis Borau.
Se considera un mujer con suerte al sentirse muy cerca de sus lectores. “Te tuteo porque es como si te conociera…”, cuenta encantada, una frase que suele repetirse cuando recibe las cartas de quienes leen sus escritos. “Trato de contagiar mi entusiasmo a cada lector. Incluso con algunas personas he entablado amistad. Es la parte gratificante”. Pero también tiene presentes las quejas del público. “Si no molestas a alguien a lo largo de tu carrera es porque escribes columnas insípidas. Soy consciente, sin embargo, de que alguna vez y sin pretenderlo he llegado a ofender a alguien”.
Lindo no cree que ninguna columna le haya marcado su trayectoria profesional, pero sí tiene claro cuáles son sus favoritas: “Hay una con la que me emocioné mucho. Versaba sobre la infancia de los niños soldado titulada “Los niños de entonces”, Su marido, —el escritor Antonio Muñoz Molina—, tiene una enmarcada en su estudio. “La titulé Cachorro. La escribí cuando murió su padre”.
“Si no molestas a alguien
a lo largo de tu carrera
es porque escribes
columnas insípidas”
El padre de la escritora enmarcaba muchas de las columnas. “Aquellas en las que le nombraba a él, claro. Tenía su vanidad. A mí no me gustaba, me molestaba verlas en la pared, pero un padre es un padre”.
Tampoco se olvida de su columna más gamberra, El higo. “Ahora la leo y pienso, menuda pájara estaba yo hecha”. De las más leídas últimamente se queda con la que lleva por nombre Primer polvo. “Fue una broma sobre Pablo Iglesias —líder de Podemos— que algunos de sus seguidores más fieles no se tomaron muy bien; pero un dirigente político en un país democrático ha de estar dispuesto a recibir las bromas con una sonrisa e incluso a celebrarlas, porque ahí es donde se ve parte de su bonhomía y su capacidad de encaje”.