El 24 de febrero de 2008 Raúl Castro sustituyó a su hermano Fidel y el voluntarismo pronosticó movimientos hacia la democracia en Cuba apostando al pragmatismo atribuido a quien la gobernaba desde que una enfermedad apartara del poder al primogénito: al hombre que había imperado desde 1959. La regla del tres fue ésta: como Raúl es realista y Fidel, un iluminado, el primero se avendrá a negociar con Estados Unidos para rescatar a Cuba de la ruina, y en el intercambio de cesiones se producirá el alumbramiento del pluralismo político. De momento, los postores cotizan a la baja pese a los progresos del acercamiento binacional emprendido el 17 de diciembre de 2014.
Las disquisiciones acerca del carácter de los dos hermanos y su eventual influencia en el rumbo revolucionario continúan, pero el desarrollo de los hechos indica que su desigual naturaleza no ha determinado desencuentros visibles, ni ideológicos, ni metodológicos, en el objetivo común de retener el mando. La transparencia no es una característica del Palacio de la Revolución, y nada se sabe sobre eventuales aperturas políticas, pero muchas cosas han cambiado desde que Raúl fuera nombrado jefe de Estado y de Gobierno y Primer Secretario del partido comunista en sustitución de su hermano.
Asumiendo que la intervención del enfermo en la rutina gubernamental es testimonial, notarial en algunos casos, cabe suponer que las transformaciones registradas en la isla a partir del relevo del 2006-2008, han sido obra del hermano menor, que se desvió de las quimeras del pasado para abordar una hoja de ruta asfaltada con liberalizaciones socioeconómicas, impensables durante la supremacía del comandante en jefe. Aplicando el método de prueba y error, la miríada de liberalizaciones están siendo convalidadas internacionalmente en la confianza de que habrá reformas de mayor calado en la sala de máquinas del régimen.
Las primeras indicaciones de que el nuevo hombre fuerte de Cuba estaba dispuesto al diálogo con Estados Unidos, se observaron el 16 de abril del 2009, durante la V cumbre del ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe). Aprovechando la mudanza en la Casa Blanca, lanzó una propuesta a Barack Obama, después de ocho años de guerra abierta con el republicano George W. Bush. “Le hemos mandado a decir al Gobierno norteamericano, en privado y en público, que ahí están los derechos cuando ellos quieran discutirlos todos: derechos humanos, libertad de prensa, presos políticos, todo, todo, todo lo que quieran discutir”, invitó Raúl Castro.
El voluntarismo erró al menospreciar la apostilla de su planteamiento: las negociaciones se desarrollarían “sin la más mínima violación al derecho de la autodeterminación del pueblo cubano“. Castro no prometía democracia a cambio de la conciliación. Obama le respondió subrayando que su guía sería instar a Cuba a respetar la participación política y la libertad de expresión. “Seré claro: no estoy interesado en hablar por hablar”. Demostrando que en los asuntos americanos, su implicación es coadyuvante, Fidel Castro terció escribiendo que “por ese camino se le puede augurar un fracaso seguro como el de todos sus predecesores“.
No es esa la intención de Obama. Concluye su segundo mandato con un movimiento atrevido: su viaje a Cuba, primero de un presidente norteamericano en casi un siglo. Le esperan Raúl Castro, que lleva ocho años barajando naipes, y su hermano Fidel, observando entre bambalinas cómo viene la mano: dos contrincantes avezados en la resistencia, la argucia y el descarte, sabedores de que la partida abierta en diciembre de 2014 con Estados Unidos no la terminará Obama, sino nuevos jugadores del Capitolio y la Casa Blanca.