Lluís Bassets

Director adjunto. Corresponsal en París (1986-1988). Director de elpais.cat

Asalto a la libertad en el muro de Berlín

La presión humana en Berlín oriental genera las primeras fi suras en el muro, que acabaría siendo demolido en la histórica jornada del 9 de noviembre de 1989. / LIONEL C I RONNEAU (AP/GTRES)
La presión humana en Berlín oriental genera las primeras fi suras en el muro, que
acabaría siendo demolido en la histórica jornada del 9 de noviembre de 1989. / LIONEL C I RONNEAU (AP/GTRES)

Se construyó un fin de semana de agosto de 1961 y fue derrumbado en una noche, en noviembre de 1989. Al menos 86 ciudadanos habían muerto al intentar cruzarlo. Sus 160 kilómetros de terror, en forma de cemento, alambres y torretas, acabaron como cotizados vestigios en manos de coleccionistas.

La capital alemana estuvo dividida durante 44 años, de 1945 a 1989, en cuatro sectores correspondientes a cada una de las fuerzas de ocupación vencedoras del nazismo –británicas, francesas, soviéticas y estadounidenses- que pronto se refundieron en dos: el Berlín occidental, administrado por la República Federal con capital en Bonn, y el Berlín oriental, capital de la República Democrática de Alemania, el régimen comunista instalado por el ocupante soviético. Desde 1961 hasta 1989, durante 27 años, la parte occidental estuvo rodeada de una doble valla de 160 kilómetros -106 kilómetros de placas de cemento y 55 de rejilla metálica-, con 260 torretas y 232 búnkeres y una zona de descampado con trampas, alambres y pistas de persecución. Aquella frontera felizmente desaparecida, alrededor de un enclave occidental en territorio de influencia soviética, fue la mejor custodiada y la más difícil de franquear del mundo.

El muro se construyó en un fin de semana, el del 13 de agosto de 1961, y desapareció en una noche, la del 9 de noviembre de 1989. Las autoridades comunistas que lo construyeron querían cortar la hemorragia de población que sufría la Alemania comunista a través del Berlín occidental y presionar para hacerse con el control efectivo de la ciudad entera, cosa que ya habían intentado en 1948 cuando bloquearon los accesos y obligaron a Estados Unidos a organizar un puente aéreo para garantizar los suministros. El muro fue un símbolo, como lo fue Berlín. De la guerra fría ambos, mientras duró, y de la caída del comunismo y de la unificación alemana, a partir de 1989. Pero tuvo una función material, nada simbólica, que afectó a centenares de miles de personas.

El muro se construyó
en un fin de semana
y desapareció en una noche

En sus 28 años se cobró la vida de al menos 86 ciudadanos que pretendían saltar al Berlín occidental, según las cifras de la fiscalía, interesada en perseguir todavía a los responsables de los disparos. Otras evaluaciones elevan el número de víctimas mortales a más de dos centenares, que incluyen a policías comunistas abatidos en refriegas con quienes huían. Para la Alemania oriental, el muro fue un sistema de defensa económica y de represión de su población, imprescindible para la supervivencia de aquel régimen insostenible, tutelado por los soviéticos. Para los aliados occidentales fue una vergüenza, tolerable en la medida en que garantizaba el statu quo del Berlín dividido y, a la vez, la permanencia de un enorme escaparate democrático y capitalista tierra adentro más allá del telón de acero.

Un cuarto de siglo después, la idea de que un muro divisorio pueda cruzar una metrópolis tiene un carácter alucinatorio. Y, sin embargo, cuando existía parecía eterno e inamovible. EL PAÍS tenía 13 años cuando cayó y tiene ahora ya más años de los que cumplió aquel muro. Pero su vago y siniestro recuerdo señala la reaparición hoy en el mundo, también en Europa, de nuevos muros destinados a separar a las gentes y a cortar el camino hacia la libertad de quienes huyen despavoridos de la miseria, la guerra o las dictaduras.