Son de un barrio de Zaragoza, pero su estilo encontró pronto el respaldo universal del tímpano pop. Desde su debut en 1998, Eva y Juan, más conocidos como Amaral, se han atrincherado en lo más alto de las listas de éxitos, sin abandonar sus guiños indies. Talento acústico para el nuevo siglo.
En la casa paterna de Eva Amaral (Calatayud, Zaragoza, 1972) EL PAÍS era casi un miembro más de la familia. “Recuerdo comprarlo todos los días. Había toneladas de periódicos y papel en casa”, confiesa, aunque reconoce que su modo de leer el diario ha evolucionado tanto como el de los propios medios al informar. “Ahora leo más por Internet. Ha habido un cambio absolutamente natural hacia el contenido ‘online’, sin necesidad del papel”, señala. En el hogar de Juan Aguirre (San Sebastián, 1965), entonces un chaval como Eva, sucedía lo mismo: “El periódico siempre estaba en casa, y un día descubrí EL PAÍS SEMANAL y ya no dejé de leerlo”. El dúo, nacido en Zaragoza, se mudó a Madrid con el fin de dedicarse profesionalmente a la música. Tardarían muy poco tiempo en ver el nombre de Amaral en las páginas del periódico.
¿Recuerdan la primera vez que leyeron algo sobre el grupo en la prensa?
Juan: Mucho antes de grabar el primer disco, en 1998, estábamos tocando en un garito de Madrid y alguien nos propuso abrir un concierto que se estaba preparando para Amnistía Internacional, en el que iba a participar gente muy reconocida. Entre ellos estaba Carmen Linares, que es una superestrella del flamenco. Nosotros éramos desconocidos. El concierto se celebró en el Palacio de Congresos y por primera vez aparecimos en EL PAÍS. Fue muy importante. Se trataba ya de un periódico de ámbito nacional, y nosotros apenas habíamos salido en la prensa de Zaragoza.
Vivíamos la música
de forma muy intensa,
como si fuéramos fans
¿Qué les llevó a dedicarse a la música?
J: La vivíamos de una forma muy intensa, como si fuéramos fans. Y además tanto Eva como yo coincidíamos en una cosa: teníamos una especie de sensación eléctrica. Los dos escuchábamos muchas
bandas con guitarras. Empezamos como un juego. La verdad es que si alguien nos hubiera dicho que nos íbamos a convertir en un grupo e íbamos a ir de gira, no le hubiéramos creído. Somos de un barrio de Zaragoza en el que nadie hacía música. No había grupos ni rock.
Eva: Cierto. En mi caso empecé a hacer música cuando estaba en la escuela de Arte. Ahí había algún músico. Cierta escena, pero pequeña. Fue conocer a Juan y meterme en un local a intentar ser David Bowie, Patti Smith, Lou Reed… Jugábamos. Cuando me subí por primera vez a un escenario comprendí que eso iba en serio, que iba a ser algo más que un juego. La música se convertía en mi manera de entender la vida.
Y de eso ya han pasado dos décadas…
J: Hemos vivido muy rápido. Hay una canción compuesta por Eva que se llama 500 vidas. A nosotros nos ha pasado. Hemos vivido muchas vidas en una. No solo por grabar o estar en el estudio, sino porque viajar ha sido como un regalo del cielo. Hemos tenido momentos de perder aviones, no dormir nada y muchas cosas más, pero el aprendizaje ha sido bestial. Destacaría la cantidad de lugares a los que hemos ido y que a los que jamás sospechamos ir.
Entre tanto viaje, ¿alguna noticia que les pillase en plena gira y no puedan olvidar?
J: Recuerdo con un impacto bestial el día que me levanté, me bajé a desayunar al hotel, me pedí un café y abrí EL PAÍS y leí que ETA dejaba la violencia. Puedo identificar perfectamente cómo me sentí. Soy del norte, mi familia es de allí y me llegó mucho.
Su evolución como banda ha ido paralela a la del mejor pop-rock en castellano. ¿Cómo ven la música española?
J: La música corre paralela a la revolución en la comunicación entre las personas. La revolución digital ha condicionado todo, también la música. Ha condicionado la forma en la que se graba un disco. Hay muchos instrumentos que suenan de una forma que antes se antojaba imposible. Y, por supuesto, esta revolución también ha influido en la manera en la que la música llega a las personas.