40 años con energías renovadas

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Varios buques transportan petróleo. La dependencia española del crudo es del 80%. / Getty Images

Pese al cambio que han aportado las renovables, España aún sufre la falta de una política energética de Estado mientras perdura la dependencia del petróleo, el carbón y lo nuclear

Contaba Mafalda que había que saber distinguir entre una línea editorial y un garabato ideológico. La política energética española de los pasados 40 años ha tenido más de lo segundo que de lo primero. Una narrativa de ausencias que ha provocado que cada Gobierno entrante deshiciera lo armado por el anterior. Esta inercia generó una dinámica de construcción y destrucción que a veces ni siquiera soportó una legislatura completa. “No ha existido una verdadera política de Estado para la energía y ha sido imposible trazar una hoja de ruta ajena a los intereses electorales”, reflexiona Mariano Marzo, profesor de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona.

Pero entonces, en 1976, nadie conocía el futuro. Era imposible imaginar que España se convertiría en una potencia mundial en energías renovables y que el fracking (una técnica de extracción llamada a revolucionar la geopolítica energética del planeta) derrumbaría el precio del barril de petróleo hasta los 40 dólares. O que el cartel de la “OPEP iba a iniciar en la década de los 2000 su descenso hacia la irrelevancia”, relata Rodrigo Villamizar, exministro de Estado de Colombia y profesor del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB). Qué va. En aquellos días, lo único seguro era la voz obstinada de la publicidad: “Seat 131, un coche para no cambiar… ¡en muchos años!”. Un mensaje de austeridad en un país que gastaba a espuertas lo que no producía. “El crudo acapara en 1973 el 71% de la energía consumida. Una cifra que supera por mucho el promedio mundial, que estaba en el 40%”, recuerda Judit Montoriol, economista de CaixaBank Research.

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Crisis del petróleo

Esos porcentajes se vuelven inasumibles. Al fondo, la crisis del petróleo de principios de los setenta tensiona los precios y la prioridad energética de España es asegurar el aprovisionamiento externo de crudo. Arrinconado por la pertinaz realidad, el dictador Francisco Franco, a través del primer Plan Energético Nacional (1975-1985), plantea lo esperable y lo que le susurra Estados Unidos: impulsar el carbón y la energía del átomo como sustitutos del oro negro. Entonces –explica Bruno Chao, director de Resources de Accenture– parecían las únicas vías para fracturar una dependencia energética exterior que supera el 80%.

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Apuesta nuclear

En principio, el propósito era construir 25 centrales nucleares, aunque al final solo llegarían a funcionar una decena. El descenso de la demanda, el terrorismo de ETA, la contestación social tras el accidente en 1979 de Three Mile Island (Estados Unidos) y unos costes de financiación disparados llevan al primer Gobierno de Felipe González a fijar en 1982 una moratoria nuclear. En su letra pequeña supone la paralización de las plantas de Valdecaballeros, Lemóniz y Trillo. El frenazo se traduce en pérdidas para las eléctricas que se trasladan al recibo de la luz. O sea, a los consumidores. Tanto es así que la Ley de Ordenación del Sistema Eléctrico Nacional (Losen) fija en 1994 un recargo máximo en la factura del 3,54% durante 25 años.

Una gabela que se termina de pagar anticipadamente el año pasado y que se salda con un coste de 5.717 millones. Pero en aquellos días esa norma también evidenciaba el declive del átomo. “La Losen pone en fuera de juego a la generación nuclear al perder la batalla de la competitividad frente a los ciclos combinados de gas y las energías renovables”, resume José Donoso, profesor de la Escuela de Organización Industrial (EOI). Una derrota que no supone una claudicación. Si en 1976 su presencia en el mix (reparto de energías que explican la producción eléctrica) era de un 2,6%, cuatro décadas después, y una moratoria de por medio, aún copa el 21,8%. ¿Su futuro? Dependerá del próximo Gobierno. Aunque parece improbable una nueva aventura nuclear, el PP se ha mostrado reacio a un desmantelamiento total.

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El oscuro carbón

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Chimeneas de una central eléctrica de carbón. / Christopher Furlong (Getty Images)

Hacia ese mismo espacio incierto y oscuro se dirige el carbón. Hace décadas que un polvo negro de hollín recubre al sector. Desde el Plan de Estabilización de 1959, su presencia industrial ha empequeñecido. Pero es a partir de mediados de los años ochenta cuando se intensificaron los procesos de reducción de capacidad y empleo. Reconversiones y ajustes que comienzan con la entrada de España en 1986 en la Comunidad Europea. “El pasado del carbón ha sido brillante, fue una energía disponible y barata que permitió el desarrollo industrial y económico del país en el último medio siglo”, reconoce Alberto Amores, socio de la consultora Monitor Deloitte. Además, contribuyó a una España mejor. Porque resulta imposible entender la lucha antifranquista y el movimiento obrero sin estos caras negras.

Sin embargo, las razones económicas tienen una memoria quebradiza y en 2018 solo quedarán abiertas las explotaciones que sean rentables sin ayudas públicas. Tal vez, en ese momento, alguien recordará una industria que empleó a más de 51.000 personas en 1981 y hoy apenas suma 3.000 trabajadores. ¿El fin en España de una de las energías fósiles más contaminantes? “No. Las centrales térmicas quemarán carbón importado, que resulta más competitivo y de mayor calidad frente al español”, prevé Arturo Rojas, socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI).

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Llega el gas natural

Como en un eterno retorno, la energía nuclear y el carbón vuelven cíclicamente al mix pese a que los tiempos caminan por otro lado. En la década de los 2000, la tecnología que marca el cambio en la potencia instalada es la de los ciclos combinados. Antes de 2001 no había ninguna central eléctrica que funcionara con gas. Pero de la inexistencia se pasa a instalar 24.948 megavatios en 2015. Ni siquiera la fotovoltaica o la eólica pueden presumir de ese crecimiento. A fin de cuentas, “el 40ANOS-03gas natural es la energía fósil con menos emisiones”, observa María Teresa Nonay, analista del Servicio de Estudios de Repsol. Porque “si la década de los setenta y principios de los ochenta fue la de las inversiones en centrales nucleares, a mediados de los noventa empieza una fuerte apuesta por el gas y con ella los grandes desembolsos en gasoductos, regasificadoras y plantas de ciclo combinado”, detalla Alberto Marín, socio de KPMG.

Consecuencia de esa estrategia, la presencia de este hidrocarburo en la matriz ha crecido del 2% en 1976 al 21% en 2015. España se gasifica gracias, sobre todo, al “gas natural licuado que se puede transportar con facilidad por barco y tubería”, apunta Nonay. Este proceso conecta las zonas consumidoras con las productoras y el país pone en valor su geografía. “España puede ser uno de los hub gasísticos del Mediterráneo, pero tendrá que competir con Italia, Grecia y Croacia”, desgrana Gonzalo Escribano, director del programa de Energía del Real Instituto Elcano. Un futuro que aún debe despejar ciertas sombras. Por ejemplo, el exceso de capacidad instalada de regasificación y la necesaria conexión con Francia para exportar el hidrocarburo.

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Incesantes molinos

Mientras todo esto se aclara, de fondo, un viento silencioso lleva tiempo soplando. En 1989, la energía eólica suma su primer megavatio instalado. Sorprendentemente, antes del boom de los ciclos combinados ya giran los aerogeneradores. Su incansable letanía –“zas, zas, zas, zas”– se escucha por primera vez en 1984 en el Ampurdán. Son cinco molinos que se mueven incesantemente. Pues año tras año han sumado carga. Incluso en los más difíciles de la Gran Recesión: 2008 (15.977 megavatios); 2009 (18.723) o 2010 (19.569). Hoy esta energía mueve 22.845 megavatios y junto a los ciclos combinados aportan más de 45.600 megavatios. Todo gracias a que “en los años noventa hubo legisladores visionarios que se dieron cuenta de que no íbamos a ningún lado quemando combustible”, analiza Luis Polo, director general de la Asociación Española de Energía Eólica.

Una visión nueva que dio sentido al régimen especial de 1994, el primer sistema de apoyo al viento que retribuyó los kilovatios vertidos a la red a un precio muy superior al resto. La energía eólica atraviesa la estructura energética de un país que ha fiado su suerte a una doble estrategia: reducir el consumo de carbón nacional (contaminante y poco competitivo) y de energías térmicas tradicionales (plantas de fuel). A cambio, eso sí, de impulsar el entorno verde (gas y renovables). Un tránsito complejo que necesitó liberalizar el mercado de carburantes y enfrentar el déficit de la tarifa eléctrica (diferencia entre los derechos reconocidos a las compañías y los ingresos percibidos a través del recibo).

La expresión de un problema que aún mina la seguridad jurídica de España. El atasco comienza en 2000 y va creciendo durante 14 años consecutivos, hasta acumular una deuda de 26.946 millones de euros. En 2014 el sistema eléctrico, por fin, puede anotarse su primer superávit parcial de 550 millones. Reflejos de un cambio. “En 10 o 15 años el déficit estará enjugado”, prevé Luis Buzzi, socio de EY.

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Un sol menos caliente

Algunos analistas culpan de esta deuda al plan de ayudas a las renovables del Gobierno de Rodríguez Zapatero (2004-2011). Otros reparten responsabilidades. “Resulta injusto señalar como culpable del déficit al apoyo a las energías verdes e ignorar la retribución que han recibido tecnologías maduras e instalaciones amortizadas (gran hidráulica y nuclear)”, matiza Enric R. Bartlett, profesor de ESADE. Sea como fuere, el anterior Ejecutivo estableció unas elevadas primas para el uso y la instalación de termosolares que atrajeron a fondos de inversión y compañías eléctricas. El resultado fue que transformaron una ayuda en un activo financiero. Ante la avalancha especulativa, el Gobierno del PSOE recortó en 2013 estos fondos dejando una profunda herida en la estrategia sostenible y en la fiabilidad legal del país.

Sin embargo, la historia energética española es todo menos un relato lineal. No empieza por el carbón y termina en el vatio verde. Una presencia oscura ha viajado siempre en paralelo. Hace 40 años, España consumía 48,3 millones de toneladas de petróleo. En 2014, fueron 59,2 millones. Un 23% más a pesar de las renovables, los ciclos combinados y la práctica desaparición del carbón nacional.

40ANOS-04Esta dependencia de décadas retrata un modelo energético cansado; aunque, a veces, la carga resulte más liviana. “España se ha convertido en exportador de productos petrolíferos. Distribuimos fuera cinco millones de toneladas de gasolina y seis millones de gasóleo”, contabiliza Álvaro Mazarrasa, director general de la Asociación Española de Operadores de Productos Petrolíferos. En dinero representa 11.000 millones de euros mientras que para nuestro relato supone la evidencia de que el país todavía tiene pendiente el tránsito verde. Por eso “el reto para el futuro es replantear el sistema energético y dejar entrar el autoconsumo, el almacenamiento a pequeña y gran escala y electrificar el transporte”, describe Peter Sweatman, fundador de la consultora Climate Strategy. Ideas y principios más próximos a una línea editorial que a un garabato ideológico.


Enchufados a 254.000 gigavatios

En los reinos de la electricidad, España produjo 254.012 gigavatios en 2015. Bastante más del doble que en 1983 (106.419). Lo cuentan las series históricas más antiguas de Red Eléctrica de España (REE). Pero llegar hasta ahí ha sido, como la vida, un viaje; y ya se sabe que lo importante es el trayecto, no el destino. A la búsqueda de la Arcadia de las renovables y de un nuevo paradigma, vivimos el boom de la energía solar (termosolar y fotovoltaica) y de su alma gemela: la eólica. Poco después se impulsan los ciclos combinados. Algo que contribuyó a la desaparición del fuel de la cesta energética. Además, al átomo nuclear se le dijo no pero también sí. Terminada la moratoria nuclear en 1997, nada (excepto su elevado coste económico) impide más inversiones. Incluso los expertos pensaron que la biomasa podría funcionar como energía verde. Porque hace 33 años, el 25,6% de la electricidad llegaba de las renovables. Hoy, el 37%.

Un porcentaje de crecimiento pequeño para un desplazamiento tan intenso, pensarán algunos. Sin embargo, nosotros, los de ahora, ya no somos los de entonces. “Entre 2000 y 2013 el sector eléctrico ha reducido un 40% sus emisiones de gases de efecto invernadero, detalla Alberto Amores, socio de Monitor Deloitte. Un viaje obligado para afrontar el exigente destino del cambio climático.

Por Miguel Ángel García Vega