Seguros frente a la enfermedad

Las pólizas de salud han crecido en volumen y complejidad al tiempo que España se modernizaba y prosperaba

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El franquismo produjo en la sanidad española los mismos estragos que un escalpelo mellado sobre la piel de un paciente. Décadas de nefasta gestión y años de oscuridad y fraude en el Instituto Nacional del Previsión (INP), el brazo ejecutor de la política sanitaria durante la dictadura. En 1976 solo el 84% del censo tenía protección sanitaria. Cerca de dos millones de personas quedaban al pairo de la caridad. Consciente del riesgo social, el régimen utilizó el seguro de enfermedad como elemento básico de su política populista. Y fracasó. Tres años después de la muerte del dictador, el doctor Donato Fuejo Lajo recorría en EL PAÍS esa cicatriz de 40 años infringida por un sistema “cuya finalidad última era, antes que los cuidados sanitarios, la mera asistencia y la curación del hombre productor enfermo”.

Desde ese dolor ha viajado el seguro privado. Un camino que ha transcurrido en paralelo al crecimiento económico de España. Si en 1976 manejaba 7.500 millones de pesetas en primas, 40 años más tarde sumará 7.356 millones de euros. Gracias a un proceso complejo que llegaba con “la alborada de la democracia, que debía reivindicar la salud como derecho, y la creación del Ministerio de Sanidad”, recuerda Margarita Vilar, profesora de historia económica de la Universidad de A Coruña. “La senda hacia un modelo sanitario similar al europeo”. Sin una reforma fiscal el sistema era inviable. Un reto que afronta con éxito Francisco Fernández Ordóñez, ministro de Hacienda, en 1977.

Del corsé al alza

Hasta entonces, el seguro privado vivía encorsetado. “La evolución de las primas tenía que ser aprobada por las juntas provinciales de precios, que controlaban el incremento que se podía aplicar”, relata María Dolores Moreno, de la correduría March JLT. En una economía intervenida resulta vital poner orden en el caos. Pues en 1977 habitábamos un país de 60.000 médicos, 18.000 farmacéuticos y 89.000 millones de pesetas anuales de gasto en medicamentos. El séptimo más elevado del mundo. Además comienza la fractura, que aún pervive, entre un modelo de salud público (defendido por el PCE y el PSOE) y otro que se embelesa en lo privado (Alianza Popular y CDS).

Frente a este desconcierto, el seguro se postula como un alivio. En 1984 ocurre un suceso esencial: se aprueba la Ley de Ordenación de los Seguros Privados. Y dos años más tarde, la Ley General de Sanidad, el pilar de la modernización del sistema sanitario español. Sobre estas normas “se desarrollan los seguros de salud de reembolso, las aseguradoras empiezan a incluir coberturas (por ejemplo, dentales) en sus productos y más funcionarios acceden a estas pólizas”, describe José Manuel Sánchez, director de desarrollo del negocio sanitario de Mapfre. De hecho, los funcionarios impactan con fuerza en el sector. Desde 1976 —a través de Muface— pueden escoger la entidad que les presta la cobertura sanitaria. Y la decisión es clara. A finales de 1984 este sistema incluía 1.100.000 personas, el 90% cubiertas por firmas privadas. “Hay que reconocer el papel de promotor de esta industria que desempeñaron las mutualidades de funcionarios”, observa Josep Santacreu, consejero delegado de DKV. Una forma de evitar las listas de espera de la sanidad pública.

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A partir de 1986 las aseguradoras incluyeron coberturas dentales en sus pólizas. / GETTY

Ese empuje, que llega hasta hoy, impulsa la década de los noventa. España había entrado (1986) en la Comunidad Económica Europea, el crecimiento de los seguros de salud atrae a multinacionales y el sector se concentra obligado a triplicar el margen de solvencia. Además, en 1995, se actualiza la ley del seguro privado y los pacientes cambian los cheques de papel por tarjetas de plástico. Y, de repente, Adeslas, Asisa o Sanitas se vuelven cotidianos. Es el arranque de un tiempo –el que transcurre hasta 2002– de cambios profundos. El gasto sanitario privado ya suma el 2,2% de la riqueza y el país sueña un presente distinto. Según varios trabajos de 2000, si toda la población tuviera cobertura privada y pública, el ahorro sería de 160.000 millones de pesetas anuales.

Y así es como el seguro entra en la modernidad. Las pólizas de salud arraigan tanto que crecen incluso en los años (2008-2012) más duros de la Gran Recesión. ¿Por qué? “Muchas personas no se vieron afectadas por la crisis. Y a la vez aumentan los seguros colectivos”, describe Manel Peiró, profesor de ESADE. “Ahora bien, el problema es que son productos de muy baja calidad”, agrega.

Pese a esa resistencia, la reducción de los ingresos de empresas y hogares ha producido cambios en el consumo. “El cliente cada vez exige más y las aseguradoras, en un entorno de gran competencia en precios, han adaptado su oferta con campañas de captación y soluciones personalizadas”, explica Iratxe Galdeano, socia de Analistas Financieros Internacionales. La estrategia es sencilla. Las firmas del sector ganan tiempo hasta que sus clientes recuperen poder adquisitivo y contraten pólizas más completas y caras.

Gran oferta

Mientras, hay que intentar que cuesten lo menos posible. De ahí “el auge de los programas de fidelización, la venta de productos a través de los bancos, la aparición de los seguros de reembolso y el copago”, detalla Juan Miguel Monjo, socio de Deloitte.

Todo sirve en una época en “la que el nuevo mapa demográfico y la cronificación de algunas enfermedades son un desafío para la sostenibilidad del sistema”, apunta Javier Murillo, consejero-director general de SegurCaixa Adeslas. Incertidumbres que han llevado a 10,5 millones de personas a suscribir hoy un seguro privado. Y paradojas, también, de una España que tiene que asegurar la supervivencia de un sistema público sanitario que hace 40 años soñó con una marea de batas blancas.

Por Miguel Ángel García Vega

Aplicaciones para no mentir

El seguro de salud prescribe su futuro en el siglo de oro de la tecnología con pólizas personalizadas y más baratas. Un mañana en el que Internet se convertirá en la principal vía para pedir cita o contratarlo. Mientras, los médicos estudiarán en sus tabletas los historiales digitalizados de los pacientes y el estallido de los dispositivos móviles vigilará constantemente al asegurado. Por eso el cliente pagará en función de su riesgo. Quien tenga unos hábitos de vida dañinos (obesidad, tabaco, alcohol) deberá destinar más dinero a cubrir su propia salud. “La sanidad, entonces, será participativa, personalizada, predictiva y preventiva”, vaticina Iñaki Ereño, consejero delegado de Sanitas. Llamaremos a las aseguradoras y nos preguntarán: “¿Hace deporte? ¿Come bien?”. Y mentir resultará imposible. Habrá aplicaciones móviles que no digan nada pero lo cuenten todo.