Carolina García

Periodista de EL PAÍS

Rosa Montero, el relato de cuatro décadas


La escritora repasa sus vivencias como articulista en EL PAÍS. Todos sus textos destilan un anhelo: dar voz a quien no la tiene


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Rosa Montero, en una imagen de archivo.

“Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas maravillosas”, contó Rosa Montero en su libro Historia del Rey Transparente. La definición resume la personalidad de esta madrileña que plasma emociones en cada frase, en cada relato. Montero, de 65 años, comenzó a trabajar en EL PAÍS en 1977, publicó su primera columna en 1978 y dirigió El País Semanal en 1980 y 1981. “Quisiera creer que ahora soy capaz de ver y analizar la realidad con más profundidad y complejidad. De ahí que cada vez tenga más dudas”, señala con la perspectiva del tiempo. Aunque resulte paradójico, la experiencia y la evolución profesional no le han permitido tener una opinión para todo. “Cada día dudo más y de hecho he publicado unos cuantos artículos hablando concretamente de eso: de los muchos matices del gris que tiene la realidad”, afirma.

Rosa Montero: curiosa y amante de la escritura desde pequeña

Comenzó a escribir de niña, como la mayoría de los novelistas. Sus primeros cuentos vieron la luz a los cinco años, y tenían como protagonistas “a ratitas que hablaban”. Su primera entrevista se la hizo a su madre, a los ocho años, en una revista que hizo ella misma en un cuaderno, pegando cromos y recortes de fotos. Se llamaba De Todo Un Poco. “Aún la conservo”, relata. Publicó sus primeros trabajos periodísticos a los 19 años en el diario Información de Alicante. “Y mi primera novela, a los 28”, recuerda Montero.

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La escritora Rosa Montero (primera por la derecha).

Según ella, nunca se deja de aprender. “He asimilado cosas de todos los escritores y escritoras que he leído durante toda mi vida. Incluso de los malos. De los malos también se aprende a no hacer las cosas así”, explica. Preocupada por su entorno y por los temas sociales, Montero siempre anota sus ideas antes de sentarse en el ordenador. Y reconoce que se esfuerza “en mirar aquellas zonas de la realidad que son más marginales y resultan más invisibles”.

Lo social, siempre en la libreta

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P: ¿Ha habido algún personaje que se haya molestado por haberle mencionado en su columna?

R: Decenas. En casi 40 años de articulista… De hecho, en los primeros años de la Transición me intentaron poner varias demandas; ninguna prosperó, es decir, ninguna fue admitida por el juez, pero en aquellos años había bastante gente que no comprendía que en una democracia existe el derecho a la crítica. Una prueba de lo que hemos avanzado es que ahora la libertad de expresión ya es un valor admitido y no te intentan demandar por estupideces.

P: ¿Y algún personaje se ha puesto en contacto con usted para agradecerle que le haya mencionado?

R: También ha sucedido muchas veces. Pero no me refiero ya a personajes famosos, que alguno ha habido, sino sobre todo a personas anónimas con dificultades que, gracias a la columna, consiguieron visibilidad, consuelo y en ocasiones alguna solución para sus problemas. Aunque esto último, lo de las soluciones, sucede pocas veces: la realidad es bastante impermeable.

Me esfuerzo en mirar aquellas zonas de la realidad que son más marginales y resultan más invisibles

P: ¿Podría escoger un texto entre todos los trabajos que ha hecho para EL PAÍS?

R: Pues no, la verdad. He hecho demasiados, pero siento gratitud hacia los trabajos que tuvieron alguna consecuencia provechosa. Como, por ejemplo, un reportaje que denunciaba malos tratos en la cárcel de Herrera de la Mancha (Ciudad Real) y que contribuyó al proceso y condena de los responsables.

P: ¿Qué anécdota entresaca de su trabajo?

R: Las cartas que te mandan los lectores, los comentarios. La gente es increíble. Hace unos días, por ejemplo, recibí una preciosa de una lectora que me daba las gracias por un artículo que publiqué en septiembre del año pasado. Mi texto trataba de los amores adúlteros y yo le quitaba importancia a la infidelidad sexual y valoraba mucho mas la lealtad. Terminaba el artículo diciendo, más o menos: “Amigos y amigas que acabáis de descubrir una infidelidad, no arrojéis por la borda toda una vida de amor y de lucha por una nadería”.

P: ¿La lectora se sentía identificada?

R: Me decía que ella había descubierto una infidelidad de su marido tras 15 años de matrimonio, que él le había pedido perdón y le había escrito incluso una carta preciosa (me adjuntaba la carta del marido y era, en efecto, preciosa) pero que, aún así, ella no le había perdonado y lo había echado de casa. Pero que cinco semanas después leyó mi artículo y se dio cuenta de que su marido había sido siempre maravillosamente leal. Y entonces le llamó y decidió darle a la relación otra oportunidad. Y, aunque no había sido fácil, habían reconstruido la historia y ahora estaban muy bien… Bueno, es una carta genial que me ha alegrado la vida.