Rubén Amón

Columnista de EL PAÍS

Plácido Domingo, el patriarca de la ópera

Plácido Domingo ha protagonizado 150 papeles en 3.500 funciones
Plácido Domingo ha protagonizado 150 papeles en 3.500 funciones

Suena mejor en inglés: “If i rest, I rust” (“si descanso, me oxido”). Plácido Domingo es un tenor (y barítono) inoxidable que ha llevado los límites de su voz y de la ópera a territorios que parecían imposibles. En 1976 era una estrella mundial. Hoy es una leyenda indiscutible.

Plácido Domingo ya era en 1976 una estrella mundial de la ópera, aunque resultaba imposible sospechar entonces que su trayectoria iba a prolongarse hasta 2016 y sin razones ni atisbos para la retirada. De otro modo, el cantante madrileño no se hubiera permitido comparecer este año en los cinco grandes del Grand Slam operístico: Londres, París, Nueva York, Viena y Milán.

Formaliza en todos ellos óperas de Verdi, no ya como tenor, sino como barítono, de forma que el final de su carrera –nació hace 75 años– se parece al principio. Porque Domingo, criado en la compañía de zarzuela de sus padres, creyó que era barítono hasta que lo desengañó un profesor mexicano, precipitando así el origen de una época que comprende medio siglo de proezas, 3.500 funciones de ópera y un catálogo promiscuo.

Va camino Domingo, en efecto, de los 150 papeles, aunque muchos de sus “trabajos de Hércules” conciernen al ámbito sociológico. Formó parte del triunvirato que hizo de la ópera un fenómeno de masas, no siendo él mismo, ni Carreras, ni Pavarotti, demasiado conscientes del hito que representaría el concierto de los tres tenores en las termas de Caracalla (1990).

La audiencia multimillonaria de aquel concierto se explica porque se celebraba el Mundial de Fútbol de Italia. Y porque Carreras regresaba entre los mortales sobrepuesto de la leucemia. Y porque Domingo y Pavarotti escenificaban su reconciliación después de haber protagonizado una rivalidad apasionante.

Formó parte del triunvirato
que hizo de la ópera
un fenómeno de masas

Rompían los tres una barrera cultural, aunque Domingo, en solitario, ya había abatido todas las barreras musicales, desde su iniciación en el Festival de Bayreuth como sumo sacerdote wagneriano (1992) hasta el mérito que supuso entronizarse como barítono en la Scala, cantando Simon Boccanegra de Verdi (2010), escrutado por los aficionados más exigentes.

Solo Domingo ha podido permitirse un cameo en Los Simpsons y solo “el tenor de la calle Ibiza” –no cabe mayor restricción a su tamaño universal- podría arriesgar sus cuerdas vocales rebuscando entre los escombros a los familiares que murieron en el terremoto de México de 1985.

EL PAÍS publicó una imagen de aquella tragedia

Domingo sepultado por el polvo, emulando a Sansón entre las rocas del templo de los filisteos. Exponía el cantante su salud, pero también demostraba su naturaleza filantrópica. Domingo ha sido una ONG, un mecenas, un empecinado actor del porvenir de la ópera. Lo demuestra la creación, en 1993, de un concurso de voces –Operalia- que ha puesto en órbita a José Cura, Rolando Villazón, Nina Stemme, Ludovic Tézier y Joyce DiDonato, entre otros divos.

Ya no es Domingo el macho alfa de los tenores, sino el patriarca de la ópera. Su barba blanca y su carisma le conceden un papel tutelar que ha desempeñado divulgando la zarzuela y apadrinando los años en que la ópera en España evolucionó de la precariedad a la costumbre.