Ferran Bono

Óscar Mariné: “Un periódico es pura arquitectura”

‘Boom’ del diseño en España –según él–, tuvo que hacer las maletas y buscarse hueco en Nueva York. Lo consiguió y se convirtió en una referencia en su tierra. Pagaría por leer en la portada de EL PAÍS un titular: “se acabó la crisis para todos”.

Alto, corpulento, de mirada diáfana y hablar franco, Óscar Mariné (Madrid, 1951) recuerda el “soplo de modernidad” que supuso la aparición de EL PAÍS. Él llevaba un tiempo estudiando en Suecia y en Dinamarca y apenas tenía noticias de España. “Entonces, la salida del periódico significó hacernos visibles en el mundo”, explica este diseñador que, 30 años después, sería el responsable de la renovación gráfica del diario. Antes ya había impreso su sello creativo y comunicativo en marcas como Absolut Vodka, Swatch, Camper o Benetton, en decenas de portadas de discos y en numerosos carteles de películas de Pedro Almodóvar o Álex de la Iglesia. Mariné es uno de los grandes del diseño español.


¿Cómo mira usted un periódico?

Soy diseñador gráfico y veo interlíneas, cómo es la titulación, la tipografía… Estoy muy viciado con la profesión y soy muy exigente; cualquier cosa o me emociona o me aterra.

¿Diseñador gráfico o comunicador?

Me gusta la acepción de diseñador gráfico, pero no sé si en este país, que es muy crítico, se ha desvirtuado. Es alguien que escribe con símbolos. En España se respeta mucho más al escritor; con la imagen hay un rechazo o prevención.
MARINÉ
¿Murió definitivamente aquello del “estudias o diseñas”?

Eso fue una cabronada, esa frivolización fue muy dañina. Yo me crié leyendo libros de Alianza donde las portadas de Daniel Gil eran tan buenas como el libro que leías. Esa es la base del diseño: ponerte al mismo nivel de lo que han hecho. La portada del disco Revolver de los Beatles es tan buena como la música que lleva dentro.

Pero la frase reflejaba también que el diseño estaba de moda. ¿Ya no?

Veníamos de ser un país muy rural. Hubo un boom con la Expo 92 de Sevilla. Había habido mucho trabajo, pero luego se desinfló. Yo me fui a Nueva York ocho años.

Empezó a trabajar con grandes marcas internacionales.

Llegué a una fiesta de Swatch, en una estación de esquí, y me encontré tomando copas con los treinta artistas que más respetaba. Estaban haciendo relojes de plástico y compitiendo con los coreanos a base de talento. También recuerdo todo un rascacielos de Nueva York que solo trabajaba para Absolut. Su comunicación solo se hacía en papel, un soporte noble. Ahí estaba mi original junto al de Warhol.

¿Es refractario al soporte digital?

No, no. Las nuevas tecnologías son maravillosas. Vamos avanzando. A pesar de que Internet ha sido una pesadez y de que las páginas webs eran una losa, todo eso está cambiando. El primer ordenador, o uno de los primeros, lo teníamos antes de la revista Madrid me mata.

¿Es más fácil trabajar con los artistas?

Cada cliente es un mundo. Los trabajos los hace el cliente. Yo soy como su doctor, que le dice lo que le pasa, y él tiene que elegir. Así, por ejemplo, he trabajado con Camper y ahí he comprobado que Lorenzo Fluxá [de la familia propietaria] es una persona muy inteligente que tiene una compañía donde los zapatos sonríen. Y esta idea se ha vendido por el mundo, sin complejo, como lo más moderno en Nueva York o Londres, tratándose de un producto con nombre en catalán.

“Veníamos de ser
un país muy rural.
Hubo un boom con
la Expo 92 de Sevilla.”

¿Cree que las empresas valoran el diseño?

No hemos conseguido romper el hielo entre las empresas y los diseñadores. Por desgracia, las empresas importantes siguen yendo a Londres, sobre todo las de Madrid.

¿Cómo fue su trabajo en EL PAÍS?

Fue el de mayor responsabilidad. Empezamos haciendo El País Semanal, un proyecto para Babelia, que sigue funcionando, y echamos una mano en el final del desarrollo del periódico. En esa época estaba haciendo la revista CPhoto Internacional Magazine, con Elena y Norman Foster. Él decía que hacer un periódico se parece mucho a hacer un edificio. Un periódico es pura arquitectura. Posiblemente, uno de los trabajos más difíciles como diseñador gráfico.