María Rosa Ochaita Vargas

Yo quiero compartir una experiencia de hace más de 20 años. Y os agradezco que abráis esta ventana a una persona que a pesar de sus errores, ha sido guía y ejemplo para miles de seres humanos más allá de que fuera el representante de la Iglesia Católica. Recuerdo que cuando Juan Pablo II murió, Roma se llenó de peregrinos y muchos de ellos no declararon ser católicos, pero sí que habían visto algo en esa persona que les llamaba y que les invitaba a estar en ese momento en esa ciudad.
Lo que os quiero contar fue en la IV Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Santiago de Compostela en el año ’89. Tenía 17 años y esa experiencia me ha marcado toda mi vida. Durante una semana conviví con un montón de personas que no había visto nunca, pero a las que nos movía la llamada de Juan Pablo II a celebrar con miles de jóvenes como nosotros, unas jornadas para la reflexión y la oración. Hicimos parte del Camino de Santiago y pensé mucho sobre lo que caminar y vivir tenían en común, lo sinónimos que son. Lo que tropezamos en la vida, como en cualquier camino; lo bello que encontramos a cada paso, como a cada día en lo que nos rodea; los bajones que nos dan por el cansacio como esas malas épocas de la vida. Esto que esos días iba quedando dentro mí, a lo largo de mi vida me ha servido para entender lo mejor y lo peor que me ha pasado. Juan Pablo II elegió Santiago de Compostela porque había sido destino y sigue siéndolo, de gentes de todos los lugares del mundo, de todo pensamiento y creencia. Juan Pablo II quería congregarnos para hacernos ver y mostrar al mundo el poder de la unión, la fuerza de juventud que se mueve por un ideal sano y pacífico. No importa tu idioma, tu origen, si lo que quieres en realidad, es el bien común, el respeto por el otro. Eso me ha parecido siempre muy importante, hay que olvidarse de creer que tenemos el poder de la verdad absoluta y eso Juan Pablo II lo demostró muchas veces reuniéndose con representantes de otras creencias y compartiendo momentos de oración y reflexión con ellos.
Esos días, dieron para mucho y los recuerdo con mucho cariño, me emocionan. De hecho en la JMJ de 2011 participé en mi ciudad como voluntaria ayudando a los peregrinos. Lo que quiero decir, es que no soy capaz de expresar lo grande y lo importante que esa llamada de Juan Pablo II fue y siguiendo siendo para mí, pero quería participar en esta convocatoria y homenajear de alguna forma a un gran hombre. No olvido su parte más conservadora, sus errores, pero como de casi todo el mundo, me quedo con lo mejor.
Gracias,
María Rosa