Antonio Jiménez Barca

Periodista EL PAÍS

Luiz Inácio Lula Da Silva, la lucha contra su propio mito

Llegó a lo más alto y lo hizo bien sin siquiera pasar por el instituto. Aprendió pasando hambre. Ahora se le acusa de recibir regalos encubiertos e intenta escapar de la justicia amparándose en la inmunidad por ser ministro.


 

A modo de diario, Carolina Maria de Jesus, recogedora de cartón de la favela de Canidé, en la periferia más pobre de São Paulo, anotaba en la década de los 60 en unas libretas su día a día, sus peleas continuas para poner algo en el plato de sus hijos cada noche. El diario se convirtió en un libro –Cuarto de despejo (Habitación desahuciada)–, donde Carolina Maria, harta de los políticos de aquella época, escribió: “Sólo debería ser presidente de Brasil quien pasó hambre”. Ese deseo por entonces inalcanzable se volvió realidad en 2003 cuando, después de tres intentonas, Luiz Inácio Lula da Silva se convirtió en el primer –y hasta ahora único presidente del país que llegaba a lo más alto sin haber ido ni al instituto.
lula
Lula (“calamar” en portugués) nació en 1945 en una familia casi miserable del Estado de Pernambuco. Él y sus siete hermanos vieron cómo el padre, violento, distante y colérico, les abandonó casi a su suerte durante un tiempo en una casa sin agua, sin sillas y sin mesas. Cuando tenía siete años, junto con su madre y sus hermanos, emigró, como tantos miles de brasileños del nordeste pobre, al Estado de São Paulo. Durante una época se alojaron en la trasera de un bar alquilado por un familiar, compartiendo el retrete con los clientes. Fue vendedor ambulante, limpiabotas, dependiente en una tienda y, finalmente, a los 14 años, obrero de una fábrica. A los 19 años entró en el sindicato. Organizó huelgas, fue detenido durante la dictadura, y en 1980, junto a un grupo de sindicalistas e intelectuales, formó el Partido de los Trabajadores (PT).

Siempre supo cómo hablar a los pobres, porque viene de donde viene. Asistir a uno de sus galvanizados mítines en las zonas obreras de São Paulo basta para hacerse una idea de su inmenso carisma social y de la atracción que ejerce sobre los que nacieron en su barrio, con su voz rota y su facilidad para dar con las palabras que todo el mundo entiende. Pero también aprendió pronto a hablar a los ricos: uno de sus primeros desplazamientos oficiales, en 2003, fue al Foro de Davos, adonde llegó procedente del Foro alternativo de Porto Alegre en un viaje directo que era toda una declaración de principios. Lula se había recortado ya la barba agreste de sindicalista duro y se paseaba enfundado en trajes de Armani que le quedaban bien. Encantó tanto a los banqueros como antes había hechizado a sus colegas torneros.

Es simpático, hablador, pillo, negociador hábil con quien sea. Tiende a tocar afectuosamente al interlocutor mientras dialoga, a acariciarle el brazo, a abrazar.

Siempre supo
cómo hablar a los
pobres, porque viene
de donde viene

Durante sus dos mandatos, de 2003 a 2010, Brasil creció una media eléctrica de un 4% y más de 30 millones de personas, en un país de 200 millones, abandonaron la extrema pobreza, comenzaron a pagar impuestos y se integraron en el sistema, convirtiéndose en ciudadanos de clase media-baja. Un milagro en un país tan desigual como Brasil, conseguido a base de alimentar la rueda del consumo con créditos baratos. Eso sí, ayudado también por una coyuntura internacional favorable gracias al ansia compradora de materias primas de China.

Abandonó el poder en 2010 con un 80% de aprobación. Pero esta inaudita popularidad se ha volatilizado en el último año, y sigue haciéndolo en las últimas semanas, a un ritmo cada vez mayor. A mediados de marzo generaba ya un 57% de rechazo. Dos semanas antes de ese sondeo la policía le había sacado de la cama para obligarle a declarar en una comisaría del aeropuerto de São Paulo. Los investigadores sostienen que ha aceptado regalos encubiertos, que ha disfrutado de un piso en la playa y de una casa de campo pagados por empresas involucradas en la trama de sobornos de Petrobras. Él lo niega encendidamente. En medio de la tormenta, fue nombrado ministro por la presidenta Dilma Rousseff (a quien él mismo designó), en un intento, según la policía y varios jueces, de escapar de la justicia refugiándose en la inmunidad que le brinda el cargo, utilizando un truco sucio propio de un privilegiado. Muchos, en Brasil, le acusan, simplemente, de haber traicionado sus orígenes y haberse vuelto un nuevo rico.

En medio de la
tormenta, fue nombrado
ministro por la
presidenta Dilma Rousseff

Hasta hace unas semanas, jugueteaba con la idea de la vuelta en 2018. Entonces tendrá 73 años. Si da el paso, además de a la crisis, a la economía en retroceso y a lo que venga, deberá enfrentarse, como principal obstáculo, a su propio retrato de las últimas semanas, a su propio mito tambaleante.