Fernando Garea

Corresponsal parlamentario

La eterna búsqueda del nuevo consenso

“Julio de 1993. Intenté mirar desde el otro lado la felicitación de José María Aznar a Felipe González, recién elegido en su último mandato como presidente del Gobierno”./MARISA FLÓREZ

Hace 40 años el Parlamento, entonces Cortes franquistas, dio paso al Congreso que elaboró y aprobó la Constitución y que ha asistido a la oratoria y las decisiones de seis presidentes del Gobierno. Aquel hemiciclo inicial fue el escenario de pactos y consensos y ahora, cuatro décadas después, vive en la falta de costumbre para llegar a acuerdos que entonces eran necesarios en el afán de construir la democracia, y ahora, para poder gobernar. En medio quedan gobiernos con mayoría absoluta, muy pocos obligados a pactos y, muy recientemente, la discusión sobre la falta de representatividad de la institución.


Todo empezó el 18 de noviembre de 1976. Ese día el hemiciclo vio cómo Adolfo Suárez respiraba aliviado porque había conseguido sacar adelante la Ley de la Reforma Política. Las Cortes franquistas aceptaban hacerse el harakiri bajo la dirección del entonces presidente Torcuato Fernández Miranda, entre yugos y flechas, escudos de águilas y algunos uniformes.

El búnker del franquismo cedió, y bajo la idea “de la ley a la ley a través de la ley”, optando por la reforma frente a la ruptura, se inició la Transición, que tenía el pilar fundamental de la calle y el comportamiento ciudadano, y también el de un Congreso de los Diputados en el que terminaron por construirse los acuerdos y lo que se llamó el consenso.

Tras las elecciones de 1977 se pasó de un hemiciclo solo con procuradores franquistas a la imagen de personalidades procedentes del exilio o la cárcel como Dolores Ibárruri, Pasionaria, Rafael Alberti o Santiago Carrillo, entre otros, combinadas con algunos políticos procedentes del régimen. También con jóvenes socialistas como Felipe González o Alfonso Guerra con apariencias y aptitudes muy diferentes a las que poblaban el hemiciclo muy poco antes. Eran las primeras Cortes democráticas, previas todavía a la Constitución.

El búnker del franquismo
cedió, y optando por la
reforma frente a la ruptura,
se inició la Transición

Hasta noviembre de 1978 las Cortes vivieron lo que se llamó el consenso, que terminó negro sobre blanco en la Constitución refrendada ese 6 de diciembre. El concepto de consenso se traduce en horas de conversación en pasillos, reservados y hasta en los servicios, como relata Alfonso Guerra sobre sus negociaciones con Fernando Abril, vicepresidente de UCD. Y, sobre todo, se traduce en cesiones y en pactos sobre las discrepancias: por ejemplo, la Alianza Popular de Manuel Fraga no apoyó el título VIII sobre la organización del Estado, pero defendió el conjunto de la Constitución.

La crónica parlamentaria es la conjunción del debate en el hemiciclo, las conversaciones de horas de pasillo y las declaraciones públicas. De esa época es la publicación en exclusiva en EL PAÍS del borrador de la Constitución, gran éxito periodístico de Soledad Gallego- Díaz, y las crónicas de unos debates que aún son referencia política. Como el del 12 de julio de 1978 sobre el sistema electoral entre Jordi Solé Tura y Manuel Fraga, que anticipaba las disfunciones sobrevenidas al cabo de más de 30 años.

El concepto de consenso se
traduce en horas de conversación
en pasillos, reservados y
hasta en los servicios

La antítesis de esa democracia incipiente se produjo un triste 23 de febrero de 1981 cuando el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero irrumpió en el hemiciclo para sustituir el discurso político brillante por el chusco “¡Al suelo, todo el mundo al suelo!”. La crónica parlamentaria de ese día fue la descripción de la infamia, y ese recuerdo es ahora el argumento para medir la utilidad de la palabra.

Luego le han seguido la rutina de la normalidad democrática y congresos con mayoría absoluta del PSOE y del PP y con mayorías simples de ambos. Pervive desde entonces un antiguo reglamento del Congreso que ha permitido adormecer el Parlamento en etapas de mayoría absoluta con el recurrente rodillo y hacerlo revivir solo parcialmente con las mayorías relativas. Felipe González en 1993, José María Aznar en 1996 y José Luis Rodríguez Zapatero en 2004 y 2008 gobernaron en minoría, siempre con respaldo de los partidos nacionalistas y con obligación de pactar. Y nunca con Gobiernos de coalición.

La crónica parlamentaria
del 23 de febrero de 1981
fue la descripción de la infamia

De esas legislaturas resuenan en el hemiciclo frases de debates como el “¡váyase, señor González” o “usted traiciona a los muertos”. Debates sobre el estado de la nación o de las dos mociones de censura de la historia constitucional: una contra Adolfo Suárez y otra contra Felipe González. Comparecencias como la de Zapatero en mayo de 2010 anunciando recortes para evitar al borde del abismo la intervención de la economía española o pactos urgentes como el de agosto de 2011 para cambiar a toda prisa el artículo 135 de la Constitución. Y comisiones de investigación que empezaron siendo a puerta cerrada, como la del caso Roldán, y la del 11-M que sentó en la silla de comparecientes a presidentes y expresidentes. Luego desaparecieron en las etapas de mayorías absolutas, bloqueadas por los rodillos, y sacaron del debate parlamentario asuntos como el rescate europeo.

Ese rodillo hizo que más recientemente, en la legislatura de Mariano Rajoy, el interés informativo saliera del hemiciclo y no se quedara en el pasillo como en la Transición, sino que la política se trasladó a la calle. El lema “Rodea el Congreso”, con el antecedente en la legislatura anterior del 15-M, hizo calar el “no nos representan” y la impresión de que la Cámara estaba situada en otro planeta.

De las imágenes del hemiciclo de hace cuarenta años se ha borrado el humo del tabaco, proscrito por Gregorio Peces Barba en los años 80, y han aparecido rastas que simbolizan lo que se conoce como nueva política. El bipartidismo, entendido como la sucesión de dos partidos en el poder con grupos mayoritariamente claros, también se ha disipado hasta dar lugar a un Congreso tan fragmentado que sin consenso no es posible gobernar. En cuarenta años, aunque en circunstancias muy diferentes, se busca cómo hacer lo que se hizo entonces para construir el sistema democrático.


Del ‘rodillo’ socialista al fin del bipartidismo

La transición. Entre amenazas de golpismo y con el continuo ataque del terrorismo, se instaló en el Congreso la costumbre del pacto. Adolfo Suárez gobernó en minoría con más dificultades en su partido que con el resto y Leopoldo Calvo-Sotelo, en el puente hasta la victoria del PSOE, fue elegido en segunda vuelta y en precario.

Felipe González. Gobernó con cómoda mayoría absoluta entre 1982 y 1993. Se instaló la idea del rodillo para explicar cómo se sacaban las leyes sin acuerdo. En su última legislatura pactó con CiU, pero sin acuerdo estable.

José María Aznar. Su primera legislatura, entre 1996 y 2000, fue de mayoría relativa, pero con un pacto de legislatura con CiU, PNV y Coalición Canaria que le dio relativa calma. Entre 2000 y 2004 tuvo mayoría absoluta para tomar decisiones como el apoyo a la Guerra de Irak, en contra de todo el Parlamento.

José Luis R. Zapatero. El presidente socialista innovó durante dos legislaturas con la llamada geometría variable, para pactar cada decisión con partidos diferentes, viviendo cada día en un sobresalto parlamentario.

Mariano Rajoy. Desde 2011 protagonizó la legislatura más larga, la que menos apoyos a iniciativas ha tenido el Gobierno, el de mayor uso de decretos, la única sin comisiones de investigación y la de menos vida parlamentaria.

Nuevo mapa de fuerzas. El fin del bipartidismo llegó en forma de fragmentación del Parlamento, tras la idea de que el Congreso de la legislatura que acabó en diciembre de 2015 dejó de representar a los ciudadanos.