Carlos Torralba

EL PAÍS

La reconstrucción infinita

Treinta y cuatro segundos eternos del 12 de enero de 2010 terminaron de devastar el país más pobre de América. El terremoto de Haití, el peor desastre natural de la historia del continente, se cobró un número incontable de vidas. 100.000 según el Servicio Geológico de Estados Unidos, 160.000 si la fuente es la Universidad de Michigan y 316.000 fallecidos según las autoridades haitianas.

El terremoto movilizó una ingente ayuda internacional, muy superior a la recibida por Pakistán en el terremoto de Cachemira en 2005 o en las peores inundaciones de su historia, con más de 20 millones de afectados en 2011; o las que se aportaron para reconstruir Myanmar (antigua Birmania) tras el ciclón Nargis que causó 140.000 muertos en 2008.

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Infografía interactiva de los movimientos sísmicos

Seis años después, la reconstrucción de la que fuera la joya colonial francesa en el siglo XVIII ha caído menos en el olvido que otras regiones que han sufrido catástrofes de semejante magnitud. Bill Clinton y Sean Penn regresaron a la isla el pasado febrero para observar los progresos y acometer nuevos compromisos. Juan Antonio Bayona dirigió un corto en Haití motivado por los recortes más drásticos de la historia de la cooperación española, que la han situado en el mínimo histórico del 0’14% del PIB. José Manuel García Margallo, ministro de Asuntos Exteriores, estuvo en Puerto Príncipe, la capital haitiana, el pasado junio, prometiendo el desembolso de 219 millones de euros antes de 2019.

La muerte en el segundo país con mayor densidad de población de América, solo por detrás de Barbados, sigue siendo una cuestión diaria. Los huracanes —como el Sandy en 2012 que dejó 250.000 damnificados—, los golpes de Estado, la corrupción, o la violencia, manifiesta por ejemplo en secuestros y atracos para financiar campañas políticas, convierten Haití en un país en el que la vida individual vale poco o nada. Cabe sumar el peor brote de cólera de la historia reciente, que ha afectado ya a casi una décima parte de la población, y que suma ya una cifra de muertos que va camino de superar la de la epidemia de ébola en África Occidental. La rabia, una enfermedad del pasado, se cobra en el país antillano casi una vida diaria.

La rabia, una enfermedad del pasado,
se cobra en el país antillano casi
una vida diaria

La gente construye sus casas de manera ilegal en las laderas de los barrancos, conscientes de que durarán hasta el próximo huracán o hasta que la tierra tiemble de nuevo. Muchos prueban rutas migratorias tan arriesgadas como las del Mediterráneo, que acaban en incontables naufragios en aguas cubanas o bahameñas, con dos claros objetivos: Brasil y EEUU, donde ya residen medio millón de haitianos, cuyas remesas son el motor principal de la economía nacional.

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Recorrido interactivo por Puerto Príncipe tras la catástrofe

La diáspora haitiana también atraviesa su situación más delicada. El caso más notable es el que sufren en la República Dominicana, con quien comparten la isla que Cristóbal Colón llamó La Española. Una orden judicial de 2013, contraria a la Constitución dominicana y que forzó al país a desligarse de la Corte Interamericana, dictó retirar la nacionalidad de forma retroactiva a los descendientes de haitianos. De la noche a la mañana, 200.000 dominicanos se convirtieron en apátridas. En Bahamas, decenas de miles de haitianos han sufrido medidas legales similares que han llevado incluso a encarcelar a nacidos en las islas. El racismo antihaitiano está muy extendido entre sus vecinos. Las burlas, los insultos y los linchamientos son recurrentes. El ministro de Control Fronterizo de las Islas Turcas y Caicos—un pequeño territorio de ultramar británico—llamó a “la caza del haitiano”, asegurando que convertirían sus vidas en “insoportables”.

Haití vive, o intenta vivir, de la ayuda y la cooperación internacional. La ausencia de instituciones y la corrupción omnipresente hacen que las tareas de reconstrucción y potabilización del país sean muy poco eficientes para las cifras invertidas. Los haitianos son contrarios a los cascos azules que ya trataban de dar estabilidad al país desde el golpe de Estado de 2004. La población culpa a los efectivos de las Fuerzas de Paz de Naciones Unidas de traer el cólera y de alimentar el mercado de servicios sexuales, del que no escapan las niñas, a cambio de medicinas y comida.

Los haitianos son contrarios a los cascos azules
que ya trataban de dar estabilidad al país
desde el golpe de Estado de 2004

La calidad democrática de Haití es, según The Economist, solo comparable a la de Cuba en todo el continente americano, y muy inferior a la de Venezuela, Nicaragua o Bolivia. Buen ejemplo de ello son las elecciones presidenciales de 2015. El pasado 25 de octubre se celebró la primera vuelta en la que el candidato gubernamental, Jovenel Moise, obtuvo aproximadamente un tercio de los sufragios y fue el claro vencedor entre los 54 aspirantes. La segunda vuelta que debió celebrarse a finales de diciembre se pospuso para el 17 de enero, aunque el pasado día 7 el presidente volvió a atrasar la fecha hasta el día 24. En estos momentos el único candidato es Moise, ya que el opositor, Jude Célestin, que obtuvo un cuarto de los votos, ha anunciado que no se presentará porque no tiene ninguna duda de que los resultados van a ser manipulados en favor de Moise.

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Haití en imágenes


Una retrospectiva en imágenes de la situación en Haití desde que tuvo lugar el terremoto hasta la actualidad