José

Mi primer contacto con las fallas de Valencia tuvo lugar en el año 1978 mientras prestaba el servicio militar en la cercana localidad de Paterna.
Para mí fue una impresión llena de contrastes. Por un lado la admiración que sentí y aun hoy siento por las fallas. Esas estructuras monumentales o sencillas según el presupuesto de cada una y la capacidad de plasmar su visión acerca de los sucesos que a lo largo del año han ido condicionando la vida de los valencianos a nivel local o estatal.
Por otro lado, la tristeza de ver cómo tanto trabajo y tanto esfuerzo desaparecen en cuestión de minutos. Y no me refiero solo al trabajo de los maestros falleros, sino del de todos los componentes de las asociaciones falleras que se desviven para conseguir los fondos precisos para sus fallas, la pólvora que las acompañan y las ofrendas a la Virgen de los Desamparados.
Pero las fallas no pueden entenderse sin todas esas sensaciones. Sin las mascletàs, los buñuelos de calabaza, las falleras y los niños con sus cajas de petardos sembrando las calles de ruido y olor a pólvora y por supuesto sin la cremà.
Yo la viví en una de esas plazas pequeñas donde las fachadas de los edificios se cubren de lonas y los bomberos tenían que ir refrescándolas con sus mangueras para evitar que la temperatura generada por el fuego acabase prendiendo las casas. Fueron pocos minutos los que transcurrieron desde que una traca fue prendiendo el exterior y el interior de la falla hasta que esta acabó derrumbándose hasta acabar convertida en rescoldos. Recuerdo las lágrimas de las falleras sin saber muy bien si eran de tristeza o de gozo.
Desde entonces, he visitado Valencia en fallas en varias ocasiones, pero no he querido ver más, arder esas esculturas maravillosas. Prefiero retenerlas en mi memoria, libres del fuego purificador. De lo que no puedo escapar, es de la magia de la mascletà en la plaza del Ayuntamiento al mediodía cuando el estruendo hace que todo yo y mis ropas vibren y mis pulmones se llenen del olor de la pólvora.
Desde aquel año 78 hasta la actualidad, Valencia se ha transformado muchísimo, pero ha sabido ser fiel a sus raíces falleras. Que así sea por muchos años.