Xavier Vidal-Folch

Corresponsal en Bruselas durante seis años

Europa o el milagro de los panes y los peces

La Unión Europea es la región del globo más perjudicada por la gran recesión. Y se retrasa en recuperar su economía, su cohesión social y su vertebración territorial. Nuevos peligros acechan: la dificultad del manejo de las oleadas de refugiados, un débil horizonte económico mundial, las renovadas tensiones norte-sur y este-oeste. Pero todo eso no desmiente el hecho indiscutible de que durante los últimos 40 años la Europa comunitaria se ha multiplicado en tamaño y prosperidad. Por eso muchos vecinos quieren apuntarse al club, para seguir la estela de España o Polonia.

Pese a todos los desastres y angustias, Europa sigue siendo un modelo de éxito. Como sucedió con la bíblica multiplicación de los panes y los peces, la Unión Europea (UE) es hoy un club mucho más nutrido, relevante y potente que la Comunidad Europea de hace 40 años.

La Unión de hoy triplica a la Comunidad de entonces en número de Estados miembros socios del proyecto, que han pasado de nueve a 28. La duplica en habitantes, que han aumentado de 259 millones a 508 millones. Y la multiplica por 16 en el tamaño de su economía: de 900.340 millones de euros en 1975 a 14’6 billones en 2015 (PIB en términos corrientes). Incluso sus peores fracasos políticos pueden leerse como el envés de sus logros. Si el Reino Unido sufre más que nunca la tentación separatista, también sigue activada la pulsión atractiva del proyecto, puesto que muchos vecinos pretenden integrarse.

La Unión de hoy triplica
a la Comunidad de entonces
en número de Estados miembros
socios del proyecto

Si de puertas adentro crece el euroescepticismo, de puertas afuera otros países pugnan por asociarse entre sí mediante acuerdos regionales comerciales (Pacífico) o imitando el modelo de integración europeo (Mercosur). Si los Veintiocho han sido egoístas e inoperantes en el manejo del gran flujo de refugiados de las guerras de Siria y Libia en busca de asilo, sería iluso olvidar la obviedad de su causa. Que la Unión ha sabido garantizar a sus ciudadanos seis decenios de paz, su (cumplido) objetivo principal.

Además de por la paz, Europa es objeto del deseo por la prosperidad (y su reparto), que se contagia a quienes se incorporan. La UE es desigual. Mientras que la diferencia entre el Estado más próspero y el más pobre de los EE UU es del doble, el abismo entre Luxemburgo y Bulgaria es de casi seis veces. Pero ello deriva de la continuada absorción de miembros. El grueso de los ingresados este siglo ostentaba en la fecha de su incorporación un PIB per cápita cercano a un tercio de la media.

Además de por la paz,
Europa es objeto
del deseo por la
prosperidad

La clave no es ese punto de partida, sino la rápida evolución al alza del principal índice de bienestar social, incluso tras la involución provocada por la Gran Recesión. España entró en 1986 con un PIB per cápita del 70’4% (final de 1985) sobre la media de los Doce (medida en paridades de poder de compra); alcanzó el 84’5% de los Quince en 2002 (con tres socios más ricos) y hasta el 103% de los Veintisiete en 2007 (con doce nuevos miembros mucho más pobres). Tras la crisis, bajó al 94% en 2015. Igualmente, los polacos exhibían una renta del 48% sobre la media en 2003, antes de entrar, y del 67% diez años después, en 2013.

Esa extraordinaria capacidad de absorción afronta, sin embargo, el gran reto de mantener y aumentar los niveles de integración, apuesta muy ardua en tiempos de digestión de la crisis y el consiguiente retorno a los ensimismamientos nacionalistas. Y experimenta factores de erosión y nuevas fragmentaciones entre el norte y el sur, entre socios fundadores acompañados de los de las primeras ampliaciones y los nuevos miembros de la Europa oriental, entre los más afectados por las políticas de austeridad y los inmunes, entre los federalistas y los centrifugadores anglosajones. Así que conviene interrogarse sobre si podrá en el futuro incrementar o mantener sus logros del pasado. La Unión es el hogar del 7% de la población del planeta, produce más del 20% de su riqueza y dispensa la mitad del total de los gastos sociales.

Conviene interrogarse
sobre si podrá en el futuro
incrementar o mantener
sus logros del pasado

Casi todas las proyecciones de organismos internacionales y think-tanks públicos y privados dibujan para 2050 un mapa económico/social del mundo muy distinto al actual. El crecimiento se desviará aún más hacia el este, con el foco en China, aunque ese país no pueda soslayar fuertes vaivenes. Los otros emergentes, aunque atraviesan una fase de caída o estancamiento, también irrumpieron en el mundo globalizado para quedarse.

La lucha por las materias primas permitirá a EE UU mantener el recién ganado liderazgo en la producción mundial de petróleo y debería incentivar la hoy anémica apuesta energética europea.

Con un porcentaje de la riqueza mundial que quizá baje a un tercio del actual (no por reducción del PIB propio, sino por aumento de la riqueza de los menos prósperos), ¿podrá Europa mantener la influencia económica, política y cultural que le ha permitido llegar hasta su nivel actual?