Yolanda Monge

Corresponsal de EL PAÍS en Washington

Barack Obama, a ritmo de ‘blues’

Acusado de demasiado prudente y de haberse quedado corto en las relaciones raciales, no hay duda de que ha sido un presidente íntegro, libre de escándalos y que no ha dudado en mostrar su faceta más humana.


 

Digamos que nunca hasta Barack Obama los jóvenes habían colocado el póster de un presidente entre sus señas de identidad. Pero digamos también que debido a Obama los jóvenes demócratas prefieren hoy, en su inmensa mayoría, que un septuagenario senador que promete una revolución política ocupe el cargo de presidente de Estados Unidos a que lo haga una mujer, la primera en la historia. Es más: tras casi ocho años de era Obama, estamos autorizados a decir que una no desdeñable parte del electorado parece preferir como sustituto del primer presidente negro a uno llamado Donald Trump. ¿Es culpa de Obama? ¿Sus dos mandatos al frente de la Administración norteamericana han alumbrado el nacimiento de un candidato republicano multimillonario e intolerante que ha insultado a las mujeres, a los mexicanos, a los musulmanes, a los prisioneros de guerra, a los incapacitados…? ¿Es posible que la presidencia que estaba llamada a ser el principio de una nueva era sea seguida por el principio del fin de la idea de América?
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Casi ocho años de residencia en la Casa Blanca han blanqueado el pelo y moldeado el perfil del joven que estudió en Harvard, no como premio por su apellido -caso de Kennedy, por ejemplo, con quien se le ha comparado- sino como recompensa por el esfuerzo y la persistencia de alguien que tuvo que escalar todos los peldaños de la escalera que sale de una baja cuna. Con raíces en África por herencia paterna y en la blanca Kansas por la materna, para Obama no siempre fue fácil navegar entre ambos mundos. De ahí nació ese ya más que caduco Barry que adoptó como nombre de pila dejando apartado, durante unos años, el Barack Hussein que creía que le limitaba. Obama hizo vibrar con el Yes we can. Su oratoria inteligente, encendida, dirigida al corazón hizo creer que se podía transformar Estados Unidos. Su victoria el 4 de noviembre de 2008, así lo probaba. El diario The New York Times publicaba en su primera página: “La elección de Barack Obama barre la última barrera racial en la política americana”.

Y sin embargo, nueve años después de que el joven senador por Illinois anunciara en la escalinata del Capitolio de Springfield su intención de ser presidente, solo el 44% de los votantes negros y el 21% de otras minorías cree que Obama ha mejorado las relaciones raciales. Aún peor, según Michael Eric Dyson, uno de los más lúcidos intelectuales que escriben hoy día sobre raza y política, “Hillary Clinton bien podría haber hecho más por los negros de lo que ha hecho Obama”.

A Obama se le ha acusado de pecar de prudente. Se le reprochó su búsqueda constante de la conciliación, del acuerdo, de encontrar el punto medio y no usar su privilegiado púlpito para dar un golpe sobre la mesa y provocar un terremoto social y político. Cierto es que desde el primer momento –con el cierre de Guantánamo hasta el que puede ser el último gran acontecimiento -la elección de un nuevo juez del Supremo-, los republicanos han estado ahí para cortarle las alas. Obama podría proponer instaurar como Fiesta Nacional el Día de la Abuela y no obtendría ni un solo voto republicano. Así han estado y están las cosas. Y eso moldea el carácter.

Hace unos años, en una larga entrevista con David Remnick -New Yorker-, reflexionando sobre su legado presidencial, el presidente decía que “al final del día todos somos parte de una larga historia. Lo que intentamos es que nuestro párrafo en ella sea bueno”.

Con raíces en África
y en la blanca Kansas,
para Obama no siempre fue fácil
navegar entre ambos mundos

Dudo que el presidente más deseado de la historia de Estados Unidos quede condensado en un párrafo. Al menos merecerá un capítulo aparte. Hago mío el sentimiento expresado en el frío febrero de la Costa Este por David Brooks y entono un blues por el presidente. Yo también echaré de menos a Obama. Es más, siguiendo las primarias para la nominación a la Casa Blanca, ya siento añoranza.

Obama es un ser humano íntegro. Su Administración ha estado libre de escándalos. Y no solo él y su mujer, Michelle, han demostrado esa integridad, también lo ha hecho el equipo con el que han trabajado a lo largo de casi una década. And last but not least, finalmente, el presidente de esta nación es un tipo fundamentalmente humano. No pretende expulsar musulmanes (Donald Trump) ni considera que un tiroteo que deja nueve muertos en un campus universitario de Oregón sea “cosas que pasan” (Jeb Bush).